Mucho se ha escrito y debatido sobre los inicios de la psiquiatría y la psicología como disciplinas que pugnaban por tener un lugar más cercano a las ciencias naturales que a las humanidades.
Actualmente encontramos en la UANL que la Facultad de Psicología se encuentra ubicada en el campus del área de la salud junto a las Facultades de Odontología, Nutrición, Enfermería y Medicina. De hecho, durante la década de los setenta logró independizarse de la Facultad de Filosofía y Letras y dejó de ser un colegio de la misma.
Es evidente que hay elementos biológicos (fisiológicos, químicos, neuronales, etc.) que son base de muchas de las actividades de las que hace objeto de estudio la psicología, por lo cual es indiscutible que hay un sustrato capaz de ser estudiado científicamente. No obstante, la realidad es que a los estudiosos de la psicología no les basta con saber los fundamentos materiales de la memoria, la motivación, el deseo, los sueños, la depresión, etc., sino que después de ello buscan la aplicación de dicho conocimiento en aras de una “salud psíquica”.
La base sobre la cual se edifiquen los criterios para diagnosticar y tratar a los “enfermos mentales” es precisamente aquello en lo cual la ciencia no puede decir nada, calla tácitamente y da a paso a juicios de valor generados la mayor parte de las veces en una moral dominante; llámense criterios económicos, religiosos, educativos, políticos o cualquier otro. Podríamos pensarlos como lo que Althusser denomina "aparatos ideológicos del estado". Si el saber es poder, y este es ejercido en la multiplicidad de fuerzas inmanentes a un determinado dominio en el cuerpo colectivo (M. Foucault), habría que considerar al saber psicológico como un agente de ejercicio de poder sobre la sociedad.
Algunos ejemplos pueden ilustrar el papel que ha tenido la visión psicológica y psiquiátrica en la normalización de la sociedad, quizá bastaría recordar a Benjamin Rush (padre de la psiquiatría norteamericana) quien “descubrió” el desorden nervioso de la anarchia (locura anarquista), el cual consiste en un exceso de pasión por la libertad; consideraba que a los anarquistas dicho trastorno les ha arrebatado toda moral religiosa e incluso la idea de dios, dejándolos sólo con una moral vaga. Ello explicaría sus deseos y comportamientos como un trastorno psicológico y no como una crítica político-social.
Tenemos como otro ejemplo al psiquiatra inglés James Prichard quien consideró a la insanidad moral como un trastorno que tiene su origen en una alteración en los principios morales, los cuales están dañados y esto causa una desobediencia y falta de autogobierno. Dicho trastorno sirvió para diagnosticar adecuadamente a las hijas que no obedecían a sus padres.
Cuando los esclavos negros en norteamérica tenían “ansias de libertad” y se manifestaba en una compulsión a fugarse, entonces nos encontrábamos ante una drapetomanía, pues evidentemente “el problema que presentan muchos negros a escaparse, puede prevenirse por completo” (Enfermedades y peculiaridades de la raza negra, 1851).
Lejos parecen estar estos inicios y ahora se puede pensar que nos hemos librado de tales prejuicios racistas y morales de hace siglos, por tanto deberíamos obviar que la homosexualidad fue considerada una enfermedad apenas en la década de los setentas, y que aún en los ochentas se consideró un trastorno de orientación sexual. Siguiendo esta lógica también deberíamos hacer la vista gorda al actual Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, el cual puede parecer precisamente la reactualización de “la insanidad moral”, pues es la desobediencia y la falta de autogobierno en los niños...
La psicología ahora como siempre, está condenada a no poder librarse completamente del elemento humanístico social, cada intento por ser puramente científica se convertirá irremediablemente en ideología (N. Brausntein), y nuestra labor es interpelar cada tentativa de psicopatologizar las denuncias subjetivas que se encuentran en lo que hoy aún se consideran trastornos.
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