sábado, 5 de octubre de 2013

Del humanismo a la psicología humanista*




por José Vieyra Rodríguez


Si comenzamos por considerar a la psicología humanista como una vertiente de la ya de por sí, múltiple psicología, entonces habrá primero que detenernos en su forma de nombrarla, brindando la posibilidad de acierto a Platón quien nos dice en su diálogo Cratilo o del lenguaje que hay una relación entre el nombre y la esencia que nombra. Por tanto, sin discutir momentáneamente el significado de psicología, enfoquémonos en su adjetivo. 

En el caso que nos ocupa, el adjetivo “humanista” determina y califica al sustantivo “psicología”, dicho adjetivo deriva del sustantivo “humanidad”, pero ¿qué es la humanidad? Pregunta más difícil de lo que aparenta ser, puesto que implica pensarse a sí mismo como perteneciente a ella, no únicamente como especie biológica, sino como característica específica.

Si bien, es probable que desde hace más de dos milenios diversas culturas hayan ideado posibles formas de entenderse a sí mismas, todas ellas estaban plagadas de animismo, mitologías o explicaciones sobrenaturales, y desde ellas daban cuenta de su propia condición como un subrogado de dichas entidades. Fue hasta el siglo IV antes de nuestra era, cuando Sócrates y los Sofistas pondrán en entre dicho los postulados hegemónicos sobre la esencia del hombre, poniendo en un lugar especial a la propia reflexión sobre el humano, y no ya de lo ajeno y lo externo, sino de lo propio, lo más propio del hombre, a saber, su humanidad. Por ello, la pregunta filosófica específica que abordan estos pensadores es ¿qué es el hombre?, con su múltiples derivaciones acerca de la ética, los valores, la política o el lenguaje. Y quizá podamos dimensionar como el mayor legado al de los Sofistas, pues fueron ellos quienes se opusieron radicalmente a considerar una esencia humana, es decir, una entidad estática que nos defina desde lo exterior. 

Tras el esplendor de la cultura griega que vio su máximo desarrollo racional en Aristóteles, le sobrevendrá una decadencia política y espiritual, y será bajo el reinado del cristianismo, cuando se imposibilita un pensamiento sobre la naturaleza de la humanidad; ¿para qué preguntarse nuevamente esto, si la revelación nos ha respondido de forma acabada? Si bien sería exagerado y radical considerar que se anuló totalmente esta pregunta, lo cierto es que la única posibilidad de respuesta era con tintes evidentemente religiosos. No obstante, serán precisamente los creyentes, quienes poco a poco se convencerán más de su “humanidad” y no únicamente de su espiritualidad. 

Históricamente se ha considerado a Petrarca como el primer humanista, pues se le reconoce el haber devuelto a su justa medida la belleza literaria de los antiguos, pero también la belleza del propio mundo, admirándose por los valles y las montañas, permitiéndose un goce carnal en la estética de los sentidos. Aun cuando algunos (Toffanin, G. Historia del humanismo) lo han considerado como “humanista de casta” (por su inclinación a pensar que el humano es el sabio, excluyendo de esta manera a los ignorantes), esto no demerita su logro en pleno siglo XIV.  Podemos al menos, encontrar con él, el inicio de una serie de pensadores que comenzarán por devolver al hombre al centro del mundo, y aun cuando no desaparecieron por completo a Dios de su mirada, sí lo fueron desplazando, poco a poco, hasta encontrar en Descartes el último paso para la realización plena del humanismo, la certeza de la sentencia del “Yo soy” antes del “Dios es”. 

La modernidad se plaga entonces de una variedad de respuestas acerca de lo que es lo humano, de la búsqueda de una “humanidad”, y aun cuando las respuestas sean múltiples, todas concuerdan en algo: la “humanidad” tiene que ser rescatada de aquello que la infravalore, de todo aquello que la menosprecie al punto de hacerla un medio y no un fin, como bien expresará Kant

Ahora bien, no todo lo humano es parte de la humanidad, y esto es fundamental comprender para arribar a la conceptualización de una psicología humanista, puesto que parte de lo humano también es la crueldad, ese gesto característico que sólo el hombre puede realizar en contra de su semejante, y es a ello a lo que se opone la piedad, o en el uso estricto del término de Schopenhauer: la compasión, porque es ahí en donde se me revela que el otro soy yo, en la medida en que nos identificamos en el otro como nosotros mismos, en una única naturaleza, entonces somos capaces de formar parte de la “humanidad”. 

Es esta la lección que deja el humanismo a la psicología, la posibilidad de una compasión con el otro, de la identificación con el sujeto que dista de ser un extraño (extranjero), pues nos pertenecemos. Es ahí en donde se abre el camino de una psicología clínica, aplicable, práctica y con una meta única, independiente de su marco teórico, toda psicología clínica busca aminorar el dolor del otro, haciendo posible una mejor vida, en tanto que nuestra certeza es el aquí y el ahora, lo importante deriva entonces en devolver al sujeto un poco de aquello que se le ha arrebatado debido a su propia condición humana de fragilidad: devolverle la humanidad (la pertenencia a nosotros). Por ello, es imposible pensar en una psicología que no se pueda considerar humanista, pues toda psicología es para el hombre, como centro y piedra angular de su reflexión. 


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*Artículo publicado originalmente en la Revista Sui Generis Número 26.

Bibliografía

Descartes. Meditaciones metafísicas. Alianza Editorial. México. 1998

Kant, I. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ed. Tomo. México. 2005

Platón. Diálogos. Ed. Porrúa. México. 2005.

Toffanin, G. Historia del humanismo. Desde el siglo XIII hasta nuestros días. Ed. Nova. Argentina. 1967.