jueves, 20 de octubre de 2016

Sonidos y silencios en las sesiones psicoanalíticas


“El silencio es resistencia del discurso y es insistencia del significante” 
Ana María Gómez. La voz, ese instrumento…


Habitualmente se ha tendido a conceptualizar al silencio como un obstáculo para las sesiones psicoanalíticas, enalteciendo el poder de la voz, se ha dado por considerar, al igual que en otros campos, al silencio como algo ajeno y perjudicial. Debido a lo anterior, comenzaré por desarrollar tres ejemplos de diferentes áreas en donde el silencio pasa de ser un elemento negativo, a convertirse en fundamento esencial. Posteriormente, regresaré sobre el tema de la clínica psicoanalítica, para establecer algunas semejanzas con dichos ejemplos y cómo podemos valorar de otra manera a lo que acontece en las sesiones psicoanalíticas, que no es únicamente la voz o las palabras del analizante. Es necesario conceder que algunas de estas ideas, surgieron a partir de la lectura de la psicoanalista Ana María Gómez, de quién sólo me he permitido escribir un epígrafe, aunque le estoy en deuda más que eso, especialmente por despertar mi curiosidad acerca del tema. 


Los cartujos

El primer caso que me interesa desplegar, se ubica en la religión, en la cual comúnmente se considera primordial la voz, uno de los motivos, es debido a que es el instrumento por el cual se ora y se levantan plegarias, súplicas y agradecimientos a dios, por otro lado, porque es a través de ella donde se puede llevar la palabra al otro, es decir, predicar. Aun así, existe una orden de monjes, cuya vida monástica se basa, entre otras cosas, en guardar silencio; los cartujos. Estos religiosos son una orden de monjes contemplativos, que llevan a cabo una vida aislada, carente de lujos y además, con votos de silencio. En el estatuto 4.1 de dicha orden, podemos leer, «nuestra ocupación principal y nuestra vocación es la de dedicarnos al silencio y a la soledad de la celda [...] En ella con frecuencia el alma se une al Verbo de Dios, la esposa al Esposo, la tierra al cielo, lo humano a lo divino». Esta cita, nos revela la importancia del silencio en un plano espiritual y religioso, ya que es justo en él en donde puede realizarse la unión trascendental. 



En el año 2005 se estrenó el documental El gran silencio, del director Philip Groning, el mismo retrata la vida en uno de estos monasterios. Es un filme de una estética impecable, y además aventurado, en tanto son más de dos horas sin un solo diálogo, apegándose al espíritu del propio monasterio, ahí podemos observar que la organización de la vida no se realiza a través de voces, sino de sonidos, como pueden ser las campanadas que marcan la hora de levantarse, de orar o de la liturgia cartujana. Una vida que se organiza a través de la repetición, el ritmo y el silencio. 

Este caso muestra como en un campo religioso, en donde la voz es fundamental, se puede a su vez, organizar una vida en su justo opuesto, el silencio, dando así paso a la unión con lo divino, contemplando directamente ese elemento innombrable. 


La música silenciosa

El segundo caso, es del campo artístico, específicamente musical. John Cage, fue un músico norteamericano, reconocido por su influencia en las vanguardias artísticas del siglo XX. Una de sus piezas más reconocidas la escribió en 1952, y lleva por título 4’33’’, la partitura, indica que el o los músicos, deben guardar silencio durante los tres movimientos de los que se compone la obra, dando un total de 4 minutos y 33 segundos en silencio. 



Si reflexionamos por un instante, podemos interpretar la obra no solo como un desafío al arte tradicional, sino además, como una lección musical primordial. Una de las definiciones clásicas de la palabra música es “arte de combinar sonidos y silencios”, sin embargo, Cage ha optado por presentar una partitura de silencios, entonces ¿cómo podemos decir que el acontecimiento es musical sin haber sonidos?, la respuesta es que la partitura y la ejecución son sólo la base, el sustrato último y fundamental de la música, es decir, el silencio, y la pieza, se compone realmente por los sonidos circundantes a la ejecución del artista. 

En una interpretación que se encuentra en el canal Youtube, podemos escuchar la tos de un espectador, el llanto de un niño, o las hojas de las partituras moviéndose, impregnando así al silencio una huella única e irrepetible en la ejecución, en 4’33’’, no es solamente silencio, sino el silencio siendo preñado por los sonidos que habitualmente se consideran como ajenos a una pieza musical, lo que en otros contextos es ruido, en su caso, se convierte en la pieza misma. El evento musical es único e irrepetible, justamente porque él se compone en la intempestiva realidad del momento, y no de una detallada planeación intelectual.


La razón que calla

El tercer caso que trataré, es concerniente a la filosofía. De hecho, me parece interesante que en más de una ocasión he leído algún argumento que trata con desdén a la propuesta del filósofo Ludwig Wittgenstein, quien en su Tractatus Logico-Philosophicus (1921), establece una serie de principios que me parecen pertinentes retomar, al menos algunos fragmentos:

Casi al final de su tratado escribe:

6.5 Para una respuesta que no se puede
expresar, la pregunta tampoco puede
expresarse.
 No hay enigma.
Si se puede plantear una cuestión,
también se puede responder. 

6.51 (...) la duda sólo puede existir cuando
hay una pregunta; una pregunta, sólo 
cuando hay una respuesta, y ésta
únicamente cuando se puede decir algo

6.54 Mis proposiciones son
esclarecedoras de este modo; que quien
me comprende acaba por reconocer que
carecen de sentido, siempre que el que
comprenda haya salido a través de ellas
fuera de ellas. (Debe., pues, por así
decirlo, tirar la escalera después de haber
subido.)
Debe superar estas proposiciones;
entonces tiene la justa visión del mundo.

7. De lo que no se puede hablar, mejor es
Callarse


Me parece necesario mencionar que el interés principal del filósofo vienés, es el de abordar un tema epistemológico, es decir, intentar esclarecer nuestra capacidad de conocer el mundo a través de las palabras, mejor aún, del lenguaje. Así, considera que hay un límite en nuestra capacidad de significar, por lo tanto, también existe una limitación en nuestro conocimiento. 

Su conclusión radical acerca de preferir callar ante ciertos temas, es debido a que considera mejor el silencio a ser parte de una confusión y un alegato inexplicable, por ello, algunas de las interpretaciones recientes acerca de su Tractatus… es que manifiesta un misticismo, algo similar a lo que los cartujos realizan desde hace siglos. En el apartado 6.52, nos dice “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico”. ¿No es acaso justamente la opción que tomaron los cartujos al aceptar al silencio como la vía misma de conexión divina? 

Si bien, la crítica tradicional a la postura sigilosa de Wittgenstein es que tenemos la obligación de intentar responder a lo que se nos aparece como incontestable, ya que debido a la rebelión ante la pregunta incesante, hemos podido como género humano, construir la ciencia, la filosofía o el arte, medios de acercamiento a una verdad, quizá inalcanzable. Cierto que la opción del filósofo parece cómoda, pero es en realidad osada y a la vez prudente, pues la necedad nunca ha vencido a la verdad, por más voluntad individual que empeñemos, no habrá mejores resultados, si nuestros límites de nuestro mundo están constituidos por las fronteras de nuestro lenguaje. 


¿Y en el psicoanálisis?

Es tiempo de regresar a nuestro interés inicial, ¿qué sucede entonces con los silencios durante las sesiones analíticas?, ¿no es acaso imperioso erradicar dichos silencios para llenarlos de palabras potencialmente interpretables?

La primera forma de entender al silencio en este contexto, es pensarlo como resistencia al análisis. Se juega la baraja teórica de la represión, se piensa que quien calla no quiere saber nada de aquello que lo aqueja. Sin embargo, sin negar dicha afirmación, propongo re-pensar desde otros lugares el papel del silencio, ya que no niego que el silencio pueda ser resistencia, sino que no es únicamente resistencia.

En primer lugar, es necesario aceptar que el silencio es parte fundamental de la sesión analítica, al menos por parte de uno de los dos constituyentes, a saber, el psicoanalista. El silencio por parte del psicoanalista, otorga la posibilidad de emerger al habla del otro, por ello la regla fundamental es “dígalo todo…” pero se complementa con algo que está implícito en el dispositivo: “mientras yo callo y hago silencio”. Así, el lugar sobre el que se escribirá la sesión es justo sobre el silencio del analista, la voz cobra importancia en tanto se imprime sobre un lienzo que podría ser pincel. Por supuesto, el analista no siempre calla, pero cuando habla no dialoga, de ahí que un psicoanálisis no sea una charla, aun cuando sí una charlatanería

Pero, ¿qué sucede cuando el analizante calla? El analista sigue escuchando. Aquí es el viraje que propongo poner especial interés, debido a que cuando se calla no es sólo abandono de voz, sino presencia de silencio. En otras palabras, el analista debe escuchar el silencio, si conceptualizamos al mismo sólo como ausencia de sonido, entonces no es posible escucharlo, sin embargo, lo que sostengo es que hay que escuchar no únicamente al silencio, sino al silencio significante, el silencio no es sólo sostén del habla sino otra forma de hablar. 

Al callar, se dice. El silencio está preñado de voces, en tanto esconde, a su vez revela. Hacerse silenciar es igual a dar lugar al significante mudo. En resumen, no es sólo ausencia de voz, sino decir a través de… 

Ahora bien, si decimos que el silencio es un silencio significante, ¿qué es un significante? El mismo se puede definir como el “elemento material sin sentido que forma un sistema diferencial cerrado” (Evans, 2005), en otras palabras, es aquello que puede ser percibido y potencialmente enlazado a un conjunto para adquirir significado. 

Por tanto, el silencio es significante, en tanto la percepción de los sonidos en una sesión no es la voz del analizante, sino el conjunto que rodea y potencialmente genera sentido (su respiración, carraspear, movimientos, e incluso lo ajeno al consultorio, como puede ser la música de la sala de espera, los ladridos de un perro, o simplemente algunos ruidos exteriores).

Aquí me permito remitirme a una experiencia personal. En diversas ocasiones la música que mantengo en la sala de espera de mi consultorio, se encuentra con un volumen lo suficientemente alto para escucharse dentro del mismo. Un paciente durante una sesión en donde hablaba airadamente sobre su relación familiar asfixiante, calla repentinamente durante varios segundos y después dice “esa canción me gusta, hace mucho que no la escuchaba…”, una primera interpretación es que la música funcionó como elemento defensivo, el discurso se desvía, su (dis)curso es otro para no abordar el tema espinoso al cual se acercaba. Aunque también aquí hay una segunda opción, continuar la regla fundamental, y en vez de señalarlo como resistencia, esperar la libre asociación y dejarse sorprender del destino al que nos puede llevar, apostar a convertir a la resistencia en conductor. Lo mismo valdría para sonidos tanto ajenos como internos al consultorio: el celular, las voces del exterior, la lluvia, etc. 


En conclusión

Retomando lo dicho hasta aquí, y haciendo una analogía quizá ilegítima con los tres primeros casos, sostengo que el silencio no es únicamente la huida de un significante, sino la obstinación a perderse en el Otro, al igual que en la religión, en donde el nombre de Dios es impronunciable, o al menos no pasa por la voz en vano, en análisis, la enunciación tampoco lo es, si lo fuere, el silencio hace presa en la búsqueda de la unificación con el Otro, el único silencio definitivo es el del paciente que no vuelve más. Por tanto, si algo se calla, algo se dice, y es necesario arrancar de esa unión mística y mostrar la fragilidad del lazo, y en última instancia, la castración del Otro.

La sesión psicoanalítica se constituye también de silencios, y al igual que en la pieza 4’33’’, siempre está acompañada de sonidos irrepetibles, pero a su vez, necesarios, es pertinente entender cada sesión como única, no sólo en sus voces, sino también en lo que se calla.

Además, comprendamos que si se habla, es porque se puede decir algo, toda pregunta tiene respuesta, al menos psíquicamente, pues puede articularse y concatenarse a un sistema significante. Si se percibe como incontestable, es por ello que se prefiere callar. En otras palabras, siguiendo a Wittgenstein, “si se puede plantear una cuestión, también se puede responder”, si el analizante calla, hay enigma, pero si el silencio cobra sentido, habrá respuesta. 


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*Este escrito está basado en los apuntes realizados para la conferencia "Sonidos y silencios en el análisis", que impartí para la Universidad Metropolitana de Monterrey, dentro de las Jornadas Psicológicas 2016.

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REFERENCIAS

Evans, D.  (2007) Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Paidós. 

Gómez, A. (2009). La voz, ese instrumento. Gedisa. 

Wittgenstein, L. (1999)Tractatus logico-philosophicus. Alianza,