martes, 26 de marzo de 2013

El sueño: una ontología inconclusa*






La naturaleza de los sueños es algo que ha despertado el interés del hombre desde diferentes lugares del conocimiento. La consideración popular contemporánea los reduce a meros procesos cerebrales o, en otros casos, a material psíquico potencialmente interpretable, ya sea por medio de una pitonisa  o un psicoanalista. 

La pretensión científica, por otra parte, también borra el resto de subjetividad incómoda para el investigador, a la vez que bordea una problemática que poco les importa a quienes operan en ese campo del saber, me refiero a la problemática ontológica que arroja considerar el sueño como una realidad tan cierta (no solamente en el sentido psíquico) como el estado de vigilia. 

Fue en 1641 cuando el filósofo francés Descartes publica por vez primera sus Meditaciones Metafísicas, en ella hace objeto de consideración una cuestión cognoscitiva, aquella que se refiere habitualmente bajo el vulgar nombre de “duda cartesiana”, en ella llega al punto de preguntase qué de todo lo que conoce está seguro de ser realmente verdadero, con esta pregunta arriba también a una consideración ontológica, pues dicho cuestionamiento lo lleva hasta los umbrales de certeza de la realidad misma. Es en la célebre primera meditación que lleva por nombre “De las cosas que pueden ponerse en duda” en donde cae en cuenta que en ese preciso momento de estar escribiéndola nada le garantiza no estar soñando, pues “muchas veces ilusiones tan semejantes me han burlado mientras dormía […] –continúa el filósofo más adelante– veo tan claramente que no hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia”. Todo ello lo conducirá por una serie de vericuetos racionales hasta llegar a la certeza de su existencia validada por su propio pensamiento, “pienso, por tanto, soy”. La afirmación anterior ha sido malentendida y malgastada hasta llegar a significar poco de su contenido primordial, pues con esta solución no resolvía únicamente la interrogante sobre la primera certeza indubitable, sino que además, encontraba la forma de saberse partícipe de una realidad objetiva, es decir, el pensamiento sustenta al sujeto como elemento perteneciente a una  realidad independiente del absurdo solipsismo. 

La pregunta sobre qué valida a la realidad subjetiva como verdadera, ha sido objeto de múltiples tratamientos en el arte, en  tiempos recientes la película Inception (Nolan, 2010) ha conseguido actualizar este viejo interés filosófico, pues volvió a poner en entredicho la objetividad aparente de la diferencia entre la realidad y el sueño. En esta película cada personaje posee un objeto llamado “tótem” el cual es el elemento que otorga confiabilidad a la realidad, aquél que da certeza a la existencia en un lugar que bien podría ser un sueño. La respuesta cinematográfica encuentra la misma salida que Descartes, pues la forma de distinción entre el sueño y la vigilia es el propio sujeto cognoscente, en otras palabras, el “tótem” cartesiano es el pensamiento subjetivo. Es en la meditación sexta y última llamada “De la existencia de las cosas materiales y de la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre” en donde Descartes, después de haber estado seguro de que existe como sujeto en tanto se sabe ser “una cosa que piensa”, encuentra también una respuesta definitiva para lograr la distinción entre el sueño y la vigilia; “nuestra memoria no puede  nunca enlazar los ensueños unos con otros y con el curso de la vida, como suele juntar las cosas estando despiertos[…] pudiendo enlazar sin interrupción el sentimiento que de ellas tengo con la restante marcha de mi vida, poseo la completa seguridad de que las percibo despierto y no dormido”, es decir, encuentra la certeza de la vigilia en la memoria, en tanto ésta puede retraer a sí las experiencias pasadas. 

Si bien el filósofo encuentra de esa manera su tranquilidad racional, no todos están conformes y seguros de que sea la memoria una fuente confiable de certidumbre, otro artista, esta vez escritor, también trató la misma cuestión durante el siglo XVII. Calderón de la Barca escribió una obra de teatro llamada La vida es sueño. En ella intenta dilucidar la verdad ontológica de su vida, aunque la respuesta encontrada fue menos alentadora, haciéndola hablar por medio de Segismundo “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. 


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Referencias bibliográficas

Descartes, R. Meditaciones metafísicas. Ed. Terramar. 2004. Argentina. 
De la Barca, C. La vida es sueño. España
Nolan, C. (Director). Inception. 2010. EEUU 

*Articulo publicado en el número 23 de la Revista Sui Generis, publicación oficial de la UANL a través de la Facultad de Psicología.