martes, 12 de enero de 2016

Sobre el cambio psicológico perpetuo



Somos el tiempo. Somos la famosa 
parábola de Heráclito el Oscuro. 
Somos el agua, no el diamante duro, 
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego 
que se mira en el río. Su reflejo 
cambia en el agua del cambiante espejo, 
en el cristal que cambia como el fuego.
J. L. Borges

La labor del psicólogo clínico, está sujeta básicamente a una demanda: producir un cambio en el paciente, y específicamente, reducir su malestar o incluso eliminarlo. En ocasiones, he escuchado algunos colegas que dicen encontrarse en un momento difícil con la terapia de alguno de sus pacientes, en tanto consideran no estar avanzando o provocando esos cambios deseados. Más allá de la concepción teórica clínica que tenga cada psicólogo, es importante considerar una antropología filosófica subyacente en cualquier tipo de terapia.

Heráclito, filósofo griego del siglo V a.C., postuló una doctrina del flujo perpetuo, para él, la naturaleza es un constante devenir, el dinamismo está presente y no es posible captar las esencias pues aquello que conocemos, al instante ya no es. Así, podríamos incluso afirmar que no es posible aprender, pues nada es aprehensible.

Su aforismo más conocido, es aquél que sentencia: “no es posible bañarse dos veces en el mismo río”. De ella se deriva, a su vez, que no es sólo porque el agua que pasa por él es otra, sino porque incluso el mismo hombre que va al día siguiente también lo es.

Regresando al tema de las terapias psicológicas, es pertinente atender a detalle lo que puede implicar tomar una antropología basada en Heráclito, de donde podríamos extrapolar y asumir que no es posible tener dos sesiones idénticas, no sólo porque se dan en tiempos distintos, sino incluso porque aquél hombre que llega a terapia ya es otro, el devenir es imparable, el sujeto aquejado que se presenta cada día al consultorio, es otro, a su vez, nosotros también lo somos, y desde allí, maravillarnos en las diferencias y el encuentro con la novedad, los sutiles cambios que en realidad son nuevas existencias. Todo cambia, y a su vez permanece. Deshacerse de certezas y encontrarse con el otro, uno distinto, y no pensar en la imposibilidad del cambio, pues éste se da incluso en contra de nuestra voluntad.

Una queja recurrente que escucho por parte de los familiares de los pacientes, o simplemente de gente común, es que “las personas no cambian”, me parece obvio que todo psicólogo debería estar convencido de la falsedad de esta afirmación, pero yo me aventuro no sólo a negarla, sino a comprobar la mentira que encierra. En verdad, lo que la queja quiere decir es “esta persona sigue sin hacer o pensar lo que yo quiero” o “cambió, pero me sigue sin gustar”, lo cierto que es que mudamos sin cesar, lamentablemente, no para el beneplácito de los semejantes, que quizá no lo sean tanto.

Borges le dedicó dos poemas a Heráclito, me limito a cerrar con un fragmento, que acaso sea distinto al epígrafe que he elegido para iniciar.

Somos el tiempo. Somos la famosa 
parábola de Heráclito el Oscuro. 
Somos el agua, no el diamante duro, 
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego 
que se mira en el río. Su reflejo 
cambia en el agua del cambiante espejo, 
en el cristal que cambia como el fuego.