lunes, 30 de junio de 2014

La supremacía del valor de la vida en el ateísmo





El existencialismo no es de este modo 
un ateísmo en el sentido de que se extenuaría 
en demostrar que Dios no existe. 
Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; 
he aquí nuestro punto de vista. No es que creamos que Dios existe, 
sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; 
es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y
se convenza de que nada pueda salvarlo de sí mismo, 
así sea una prueba válida de la existencia de Dios.
J. P. Sartre. El existencialismo es un humanismo


En reiteradas ocasiones he escuchado como argumento a favor de la vida, la creencia en la existencia de dios, comúnmente se considera que el creer en él hará que la vida tenga una trascendencia y por lo tanto una importancia mayor, haciendo así que se deba velar por ella, ya que el hombre no acaba tras la muerte física. El dictado teológico indica por lo tanto, que debe protegerse hasta su muerte natural para su adecuada trascendencia espiritual.

Mi posición e interpretación es diametralmente opuesta, considero que es precisamente la no creencia en la existencia de dios (aquí no estoy discutiendo si existe o no, sino las consecuencias de creer en él o negarse a hacerlo) es lo que hacen que el actuar y la valoración de la vida se vuelva aún más importante. 

Si en la esencia del ser humano está la inmanencia, es decir, su existencia real perece junto con el cuerpo, ya que su ser se agota en sí mismo, entonces la vida material se vuelve un asunto de mayor interés. A diferencia de considerar que se trasciende tras la muerte física, el inmanentismo realzará la vida material y por consiguiente las decisiones tomadas alrededor de ella se convierten en fundamentales. 

Bajo una perspectiva teísta, la vida material se subordina a leyes divinas o religiosas dictadas por el ser superior, mientras que en el ateísmo, el orden universal está ausente y sólo es posible entonces construir el mejor mundo posible para postergar la inevitable muerte y la pérdida de conciencia de manera perpetúa. 

Es claro que aquí estoy reduciendo la problemática a únicamente dos posturas en sus extremos, entiendo que también un panteísmo resolverá la angustia de la muerte y la inmanencia en la creencia de una reintegración o continuidad con el todo, así como otras alternativas de respuesta ante lo inusitado que nos presenta la muerte. Sin embargo, la mayor parte de los sujetos, colocan su creencia en los dos postulados aquí enunciados; hacen del ser humano un ser trascendente y por ello la vida material se subordina a una vida supranatural, o bien, consideran que la materia es lo único que existe, y con ello se convierte la vida terrenal en el punto más importante y valioso sobre cualquier otra existencia. 



sábado, 14 de junio de 2014

El psicoanálisis ante el suicidio



“La muerte propia no se puede concebir; 
tan pronto intentamos hacerlo podemos notar 
que en verdad  sobrevivimos como observadores. 
Así pudo aventurarse en la escuela psicoanalítica esta tesis:
 En el fondo, nadie cree en su propia muerte, 
o, lo que viene a ser lo mismo, 
en el inconsciente cada uno de nosotros 
está convencido de su inmortalidad”
S. Freud. Nuestra actitud hacia la muerte (1915)


En múltiples foros, artículos, libros y demás, se insiste en distinguir al psicoanálisis de la psicoterapia. La insistencia radica en resaltar el hecho de que el psicoanálisis no pretende “curar” en su sentido adaptativo que suele usarse en el campo “psi” y cuya teleología pertenece prácticamente a toda psicoterapia. Otro punto que se reitera es que desde la perspectiva psicoanalítica no existe verdaderamente un modelo de salud-enfermedad; digamos que todos somos poseemos un cierto grado de “patología” (bastante claro este punto con el título del clásico texto freudiano Psicopatología de la vida cotidiana, es decir, la vida misma contiene normalmente elementos patológicos o al menos sintomáticos). 

Desde una lectura de esta índole, el sujeto que acude a un psicoanálisis y cuyo motivo que lo lleva es un intento de suicidio, o al menos pensamientos recurrentes sobre ello, el psicoanalista tiene frente a sí a una persona que dista de comprenderla como enferma mentalmente, pero esto no significaría que no deba plantearse como objetivo impedir el suicidio. 

Por un lado, los más extremistas psicoanalistas plantean que la labor real de un psicoanálisis es interpretar y hacer consciente lo inconsciente, responsabilizando de esta manera al Yo de aquellos deseos que reprime; si el resultado de esta labor conduce al sujeto a la felicidad o a la adaptación, es una finalidad secundaria ajena a la propia labor del psicoanalista. Si reducimos al psicoanálisis de esta manera, un acto como el suicidio durante el análisis podría incluso leerse no como un error o falla del mismo, si no como la asunción del deseo de muerte. 

Me parece que una lectura de esta índole es errónea y reduccionista, si bien coincido en que el objetivo del psicoanálisis no es adaptar a una sociedad que en sí misma ha generado como síntoma a las psicoterapias, tampoco considero apropiado desmarcarse de una responsabilidad clínica y social hacia la persona que se hace psicoanalizar. 

El psicoanalista, cuando recibe a un sujeto con una tentativa de suicidio, el planteamiento que debe imperar es considerar inadecuada dicha vía como solución al conflicto interno que presenta y acude a mostrar. Si bien, hay que tener en cuenta no fungir inmediatamente como una madre protectora que cuida y consciente, tampoco tendría por qué no pensarse que un objetivo per se sea el impedir el suicidio. 

Ante el psicoanalista, se presenta un sujeto psíquico escindido, cuyo Yo débil y sufriente acude y demanda ayuda, en realidad, de alguna manera el Yo continúa negando que la muerte se dé en el suicidio, es decir, lo que en realidad pretende es la incesante búsqueda de placer, no la desaparición misma de su conciencia, sino la huída del dolor. Si bien, los motivos por los cuales el suicidio aparece como una vía de solución, el analista los tiene que comprender entonces desde la lógica de la metapsicología, en donde los conflictos entre las diversas instancias psíquicas y las pulsiones generan sufrimiento en el Yo, todo lo hace desde una búsqueda de recuperación o mantenimiento de la vida del sujeto. 

En última instancia, es cierto que el psicoanálisis no pretende curar, hacer feliz o adaptar, sino tan sólo –como bien insistió Freud en su definición de la salud psíquica– devolver la capacidad de amar y trabajar, adjudicar al Yo su miseria humana y hacerlo capaz de enfrentarla sin la necesidad de un pasaje al acto irreversible.