jueves, 25 de abril de 2013

La edad de los juguetes





La infancia, tal como la entendemos en nuestro contexto, es concebida como una etapa del desarrollo psicológico y biológico del ser humano. Desde que se conceptualizó de esta forma a la infancia, se volvió un objeto de estudio posible de ser abordado desde la medicina (pediatría), la psicología (infantil o del desarrollo), antropología, sociología y demás ciencias sociales e incluso naturales. 

Pensar a la infancia como un período específico, con una esencia determinada, un inicio y un fin objetivo y mensurable, la llevó a convertirse también en un importante foco de comercialización, que va desde el agua embotellada para bebés y todo lo relacionado con la alimentación, hasta los pañales, la ropa, los muebles (sillas, mesas, mesedoras), los instrumentos domésticos (las cocinitas, las escobitas, etc.) y por supuesto, los juguetes, lo que dio por resultado tiendas especializadas en la venta de éstos. Al parecer, asistimos a una sociedad infantilizada.


Me parece digno de prestar atención la evolución que sufren los juguetes en las últimas décadas, pues han variado no sólo determinados o influenciados por la cultura y su moda, sino también por las ciencias médicas y sociales. Resulta casi imposible asistir a una juguetería y encontrar un simple juguete que no tenga mayor intención que divertir. Ahora observamos juguetes que oscilan desde los objetivos didácticos (enseñar números, letras, palabras, idiomas) hasta aquellos que están construidos para el óptimo desarrollo motor de los infantes, así como su estimulación perceptiva e intelectual.

Además de los supuestos beneficios que generan en los niños, los juguetes también han sido categorizados por edades. Resulta curioso observar cómo los papás al asistir a comprar un juguete para sus hijos, no siempre consideran en primera instancia a los gustos de sus hijos, sino la edad para la que supuestamente está hecho el juguete, como si el interés del niño estuviera sujeto al de los fabricantes, como si las compañías conocieran de antemano lo que su hijo es, lo que le divierte, o peor aún, lo que debería divertir. 

De esta forma, la compra de un juguete queda determinada por lo que la caja dice, basado estas categorías, en el mejor de los casos, en un estudio con un grupo de niños de esas edades, o quizá en la opinión de un especialista. Todo ello, en última instancia, a quien beneficia es únicamente a los fabricantes, pues están vendiendo un producto con fecha de caducidad, es decir, los papás que compran aquél juguete para un niño de 2 a 4 años, se sentirán forzados dentro un par de años a  renovarlo, y aun cuando al niño le siga gustando jugar con él, el fabricante dice que ya no es apto para su estadio del desarrollo. 

Libros, rompecabezas, colores, figuras geométricas, pizarrones… todo tiene un objetivo y está dirigido a una edad en particular. Las compañías se encargan de dictarnos no sólo qué comprar y cuándo, sino además, qué hijo tener. Acudimos a la persecución de la diversión infantil en nombre de la educación, el desarrollo y la salud. ¡Felicidades especialistas infantiles! Ahí tienen una de las repercusiones de objetivar un período de vida, que quizá nunca termine, por más que quieran limitarlo en su estrecho campo de acción.