domingo, 16 de agosto de 2009

¿Es el psicoanálisis una charlatanería?


por José Vieyra Rodríguez


Respondamos a la pregunta que sirve de título a este escrito y digámoslo sin más: sí, el psicoanálisis es una charlatanería. Ahora bien, hagamos algunas puntualizaciones.

La charlatanería es entendida comúnmente como una práctica que está orientada a persuadir y embaucar sobre un tema, generalmente se le emparenta con términos como fraude o mentira.

Mario Bunge, el filósofo de la ciencia, tilda en innumerables ocasiones al psicoanálisis como una charlatanería, así como de una macana, término que en el cono sur es sinónimo de tontería, dislate o contratiempo. Por supuesto, este personaje de la ciencia evidentemente hace una oposición inmediata entre tontería y sabiduría, contratiempo y exactitud, etc. El origen a estas oposiciones las podemos rastrear en filosofía desde los tiempos antiguos en que Platón manifiesta abiertamente que la ἐπιστήμη (episteme) es un conocimiento, contrario a la δόξα (doxa) la cual es una mera opinión, sin embargo para Platón la episteme era únicamente aplicable al mundo de las ideas, pues el mundo sensible lo único que puede darnos son opiniones.

Partiendo de la contraposición anterior, muchos filósofos se dan a la tarea de desenmascarar a los charlatanes de la filosofía, aquellos que únicamente dan opiniones y no verdades y conocimiento universal, por lo cual, los charlatanes son los enemigos de los filósofos, también podemos llamarles por el nombre que se les dio en la antigua Grecia: sofistas.

Por supuesto, el psicoanálisis no es una ciencia, aun cuando Freud murió pugnando por que lo fuera, la realidad es que el término ciencia ha delimitado suficientemente su quehacer y operar como para no dejar entrar en ella a disciplinas como al psicoanálisis. Esto no invalida, sin embargo, los conocimientos que de él se puedan desprender, no obstante, no es la intención de este escrito corroborar eso, contentémonos con decir que el psicoanálisis no es una ciencia y eso se sabe.

Volvamos, pues, a nuestro interés. Charlatanería según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es locuacidad, misma que puede entenderse como cualidad de hablar mucho, así también, la charlatanería es la cualidad del charlatán. A su vez, la etimología de esta última palabra la encontramos en el italiano con ciarlatano que significa hablador, o aquél que habla mucho y sin sustancia. Hasta aquí es claro, si tomamos estrictamente a estas palabras nos encontramos con que su significado recae predominantemente en que es aquella práctica de hablar mucho y sin médula, sin la intención de llegar a verdades contundentes e irrefutables (por cierto que una de las cualidades para que un conocimiento sea científico, es la refutabilidad de la teoría).

Por lo mismo, el psicoanálisis es una charlatanería, de hecho lo sabemos, comenzó siéndolo, recordemos a la forma en que lo bautizó la famosa histérica; Anna O, quien denominó al tratamiento llevado con Freud con “el nombre serio y acertado de «talking cure» («cura de conversación»)” (S. Freud. Estudios sobre la histeria. [1895]), también podemos traducirlo como la cura por estar hablando.

Remarquémoslo, para el psicoanálisis lo más importante es el habla, su regla fundamental es el método de la asociación libre, es decir, invitar al analizado a decir todo lo que se le ocurra sin seleccionar nada en específico, sin ejercer ningún juicio de valor acerca de sus ocurrencias, por disparatadas que éstas sean. Siendo así, ¿cómo podría llamársele de otra manera al psicoanálisis, si no es como charlatanería? Es una práctica que trabaja específicamente como se define a la charlatanería, con el hablar y hablar sin sentido, sin sustancia, para a partir de ese método poder encontrarnos con otro conocimiento, particular y único, subjetivo, propio del analizado y por lo mismo, nunca universal.

Las elaboraciones anteriores no son para nada nuevas, los versados en el tema lo saben, Jacques Lacan en su clase del 15 de noviembre de 1977 decía “[el psicoanálisis] es una práctica que, dure lo que dure, es una práctica de charlatanería (bavardage). Ninguna charlatanería carece de riesgos. Ya la palabra charlatanería implica algo. Lo que implica está suficientemente dicho por la palabra charlatanería, lo que quiere decir que no hay más que frases, es decir lo que se llama "las proposiciones" que implican consecuencias, las palabras también. La charlatanería lleva la palabra al rango de babear (baver) o de espurrear, la reduce a la suerte de salpicadura (éclaboussement) que resulta de eso” (J. Lacan. Seminario 25, El momento de concluir. Inédito)

El término francés bavardege, también puede traducirse al español como habladuría, traducción que no pierde, sin embargo, su carácter peyorativo a primera vista, pero por lo mismo nos sirve para delimitar a su vez al trabajo psicoanalítico, fuera del trabajo filosófico que encuentra conocimientos y verdades universales, mientras el trabajo psicoanalítico (léase, en la clínica) nunca dará más que habladuría, palabrerías que tendrán efectos, consecuencias, pues dice algo, y ese algo hace.

Siguiendo la argumentación anterior, quizá también es pertinente decirlo, el psicoanalista se encuentra más emparentado con el sofista de la antigua Grecia que con el filósofo sabio, ese que incluso sabe gobernar según Platón, ese filósofo que sabe de todo. Una pregunta queda en suspenso ¿es el psicoanalista un sofista?

lunes, 10 de agosto de 2009

Padecimientos y psicoanálisis


por José Vieyra Rodríguez

“A partir de su síntoma, el analizado busca y encuentra la causa;
o sea, supone un saber Otro que es también un saber que goza de provocar sus efectos.
Lo que equivaldría a decir, con términos de fantasma neurótico:
«El Otro existe y goza de mi castración»”
Juan David Nasio

Entrar en una psicoterapia, la mayoría de las veces, está determinado por cierta circunstancia insoportable, desde un acontecimiento social o interpersonal que llega a afectar el desempeño del paciente, v. g. la pérdida de un ser querido, el rompimiento sentimental; hasta circunstancias inexplicables como una imposición persistente de una idea o una depresión sin motivo aparente.

Por supuesto, el modo de intervenir del terapeuta estará a su vez determinado por el entendimiento que dé a tales padecimientos. Me limitaré en estas breves líneas a señalar escuetamente la forma en que se aborda desde el psicoanálisis, puesto que marca sustancialmente una diferencia con la psicología común.

En primer término el encuentro con dichos padecimientos dista de ser un encuentro con enfermedades mentales, prefiero designarlos estrictamente hablando como un padecer, del latín patiscĕre, cuyo infinitivo es pati, y significa sufrir, soportar o tolerar, término latino también emparentado con vocablos como paciente, a su vez esto nos da elementos para entender el porqué se le designa así a quienes acuden a psicoterapia, pues son quienes padecen, pero no una enfermedad, es más pertinente decir que soportan, que traen a cuesta un sufrimiento. En este sentido también nos alejamos de entender al paciente como quien padece la acción del agente, suponiendo un ente externo que sabe, dirige y goza, es decir, un Otro. Considero conveniente remarcar que el paciente trae consigo un sufrimiento, pero que no es efecto de un agente y él el destinatario.

Pongamos como muestra el proceso de duelo por la pérdida de un ser querido, no podría ni debería de dársele la categoría de psicopatológico tomando referentes temporales, como por ejemplo si el duelo tarda más de seis meses en elaborarse, aun cuando muchos psicólogos hagan estas reducciones simplistas. De esta manera, comencemos por dejar de lado visiones sobre salud y enfermedad, el sujeto que se presenta en consulta lleva un sufrimiento y ésta es una de las condiciones para el análisis, la segunda será el habla, dejar surgir a la palabra vacilante y quebrada, esa palabra que resbala y emerge en donde no debía, palabra en que se dice más de lo que se quería, y que después de aparecida se puede interrogar sobre su significado.

Así, el paciente (quien está padeciendo, sufriendo) se encuentra en un lugar en el cual no se juzgará su acontecer, aun cuando él así lo demande, tampoco se le designará como enfermo y por lo tanto a los terapeutas como sujetos capaces de curar dicha afección, pues estas posturas redundarían en ocupar la posición de la cual quizá se viene escapando, es decir, la persecución superyoica, ya sea social o intrapsíquica (dicho sea que esta diferenciación es vaga y difusa, puesto que todo supuesto social es intrapsíquico), tampoco se encontrará en un lugar en el cual se le explicará el porqué de su sufrimiento, las causas y su posible solución, fungir de maestro no es la labor del analista, aun cuando éste sea el motivo principal por el cual acude el paciente; poder encontrar la respuesta del ¿porqué a mí? o ¿porqué sufro?, preguntas que presuponen una respuesta y alguien que puede responderlas, o peor aun, disfrutar de ellas.

En análisis, el paciente pregunta, inquiere, escudriña y va creando sus propias respuestas, su camino y otra posible solución a su padecer, aun cuando el propio síntoma sea una forma de elaborar y sujetarse en el mundo, un análisis puede prestarse a servir como camino hacia otra forma de conducirse, el analista se presta a ser ese quien conoce y cura, para una vez instalado el proceso analítico, brindar la posibilidad al analizado de ser él quien construya dichas vías, con el acompañamiento de un otro inconciente, el del analista.


lunes, 3 de agosto de 2009

¡Escuchad psicólogos, que Nietzsche os habla!


por José Vieyra Rodríguez


La ociosidad es la madre de toda psicología. ¡Vaya!
¿Será entonces la psicología un vicio?

F. Nietzsche
Cómo se filosofa a martillazos
1º aforismo, Máximas y dardos


Es bien sabido que la psicología es una disciplina que se desprendió de la filosofía, de hecho quizá es una las últimas ciencias que reclamó un lugar propio un poco alejado de la filosofía, esto se dio apenas en el siglo XIX.

Los primeros tratados de psicología experimental apenas aparecían a finales de la década de los setentas del siglo antepasado, mientras, Freud se acercaba con cautela a las primeras seducciones de la histeria, aquella que nunca lo soltaría, a la par de esto, un filósofo martillaba al pensamiento universal haciendo resonar desde los griegos hasta su mismo tiempo contemporáneo, Friederich Nietzsche escribía en 1888 “El ocaso de los ídolos” o “Cómo se filosofa a martillazos”.

Este libro, escrito ya en la madurez del pensamiento nietzscheano, hace múltiples referencias a la psicología, sin embargo, es interesante revisar que no nombra a los “psicólogos oficiales” del siglo XIX que nosotros conocemos (Fechner, Helmholtz, Wundt, Titchener, Charcot, Breuer, entre muchos otros) sino a Schopenhauer o Dostoievski, incluso afirmando de éste último “es el único psicólogo, dicho sea de paso, que me ha enseñado algo” (Cómo se filosofa a martillazos, 2004, p.p.135).

Resalta, por obviedad histórica, que la psicología no se había constituido oficialmente, y quizá esto es lo que más favorecía a que filósofos pudieran cargar sin ningún problema este título, que por supuesto no tenían porque perderlo a la llegada del siglo XX, aunque así fue, y hoy por hoy los psicólogos son aquellos formados bajo la tutela de la Universidad y que tras unos años asistiendo a las aulas de clases, se les denomina psicólogos, aun cuando nunca hagan psicología, quizá a lo sumo, juicios morales.

Nietzsche no pasaba por alto lo que se vislumbraba desde ese momento, la popularización de la educación superior, generando con ello un gran número de egresados mediocres en nombre del derecho al estudio, declarando “todas nuestras escuelas superiores están organizadas para la mediocridad más equívoca en su profesorado, en sus planes de estudio, en los objetivos de su enseñanza” (Ibid, p.p.80).

Por supuesto, esto nos ha llegado y con creces, pues en la actualidad son miles los egresados de las carreras de psicología, ahora incluso ostentando un ridículo nombre de “educación superior basada en competencias”. Y como nos dice el filósofo irracionalista, ¿cómo esperar que a los veintitrés años se sepa qué profesión desempeñar el resto de la vida?, si “el hombre que pertenece a un tipo superior no le gustan las “profesiones”, precisamente porque sabe que tiene una vocación” (Ibid, p.p.80). Esto respalda la postura del filósofo alemán, pues no habla él de profesiones, sino de vocaciones, por eso, un literato como Dostoievski, es un psicólogo, este argumento lo sigue cabalmente Freud, quien constantemente tomó a los artistas como maestros, pues ellos siempre estaban un paso delante de él. Siguiendo esta argumentación, deberíamos pensar actualmente que psicólogo no es quien egresa de una facultad de psicología, sino quien hace psicología, razonamiento que ya nos había enseñado Aristóteles; el ser es en acto [“el acto es el existir de la cosa” (Metafísica, IX; 6)], nunca en potencia (δυναμισ), lo que está en potencia no es, pues significa que es sólo una facultad de ser. En nuestro caso, se es psicólogo haciendo psicología, no quien podría hacer psicología (aun con un título).

Uno de los grandes problemas de la psicología académica actual, es que en su afán de posicionarse alejada de toda posible confusión con su madre (la filosofía), ha terminado por quedar huérfana total, pues las ciencias naturales no la reclaman y entre las sociales no se saben amparar. Así, la psicología se autoremite constantemente entre sí, sin poder salir de su apestosa cueva que creó como refugio. Por lo que cuando llega la filosofía y cuestiona sus fundamentos, queda en evidencia lo endeble de su estructura, pero a los psicólogos tiene tiempo que no les importa voltear a ver el suelo sobre el que están parados, ¡gracias al cielo que no se han dado cuenta que es una cuerda floja!

En nuestra localidad (Monterrey, Nuevo León), la separación de la carrera de psicología, que se dio de la Facultad de Filosofía y Letras hacia el área médica y su independencia como Facultad de Psicología, no es únicamente física ni simbólica, sino cargada de política y visiones contrapuestas a la filosófica, por lo que el hecho de que la Facultad de psicología esté en el área de la salud, demuestra evidentemente el precio que tuvo que pagar por la independencia, venderse como ciencia a favor de la salud y a cambio perder toda carga social y subversiva del pensamiento, terminar por ser una ciencia moral.

Es así, como llegamos al punto a tratar, lo que Nietzsche tiene que decirnos a los psicólogos, que aunque lo escribió hace más de ciento veinte años, se vuelca hoy más actual (en acto) que antes, pues al cuestionar a los psicólogos el porqué estudiar al hombre, el filósofo alemán nos avienta respuestas nada alejadas de una posible verdad, pues nos llama políticos, nos pregunta si acaso estudiamos al hombre para sacar ventaja de él, o peor aun, “para tener derecho a mirarlos desde arriba, no confundirse con ellos, [ser] ese impersonal que desprecia a los hombres” (Ibid, p.p.99). Pero momento, acaso no es esto lo que se nos enseña en las facultades; tomar el lugar del saber y de la salud, poder ejercer juicios de valor acerca de los pensamientos de las personas que acuden a nosotros y evaluar como “pensamiento erróneo” o acaso inadecuado a esa idea que se impone desde los adentros de los sufrientes que están frente a nosotros. La casuística de los psicólogos, como lo llama Nietzsche, efectivamente está encaminada a poder ver a los demás hombres desde un lugar supuestamente superior, sin mezclarse o perderse entre ellos y sus penas humanas.

El quehacer del psicólogo no es cuestionado ya en las propias aulas de formación, se limita a enseñar filosofía de la ciencia con Bunge y Popper a la cabeza de los intelectuales que se deben venerar, mientras tanto, una pregunta simple, como el fundamento moral de nuestro actuar social es socavada y tomada como fuera de lugar, pues sabemos a priori lo bueno y lo malo, la enfermedad y la salud.

La filosofía está fuera de la psicología, y viceversa, mas no sólo en los libros, los espacios físicos y las aulas de clases, sino incluso en su mismo modo de operar, que aunque siempre habrá quién opte por intentar conciliarlas, es nuestro labor recuperar el lazo y vincularlas de nuevo, pues la una y la otra caminaron y crecieron por siglos juntas, y hace apenas dos que se han divorciado, y aun estamos a tiempo de mostrar que su divorcio debiera ser por bienes mancomunados.