domingo, 6 de diciembre de 2009

La infértil polémica de un vocablo latino en psicoanálisis


por José Vieyra Rodríguez


Desde Ovidio el vocablo libido estaba relacionado con temas predominantemente eróticos. Pero es hasta los tratados médicos correspondientes a la época decimonónica en que esta palabra se retoma para seguirla incluyendo, pero de manera oficial, en malestares físicos relacionados con la sexualidad. De hecho su primer aparición oficial es con Moriz Benedikt, después lo populariza aun más Albert Moll en su Untersuchungen über die Libido sexualis (Investigación sobre la libido sexualis) Volumen I, 1898, libro con el que el término pasa oficialmente a designar al deseo sexual. Dicha obra es de hecho de donde el mismo Freud declara haber tomado este término.

Cuando Freud recoge esta palabra tiene en mente el origen y significado real, pues libido designa originalmente en latín al deseo, ganas e incluso el placer. Por lo mismo, Freud hace en su teoría a la libido la energía de la pulsión sexual que encuentra su régimen en términos de deseo.

Ahora bien, las traducciones en textos especializados siempre han sido temas de grandes debates, dentro del psicoanálisis basta citar el conocido tema del vocablo alemán Trieb para designar a lo que en español se volcó en las primeras traducciones de Luis López Ballesteros como instinto y que años más tarde suscitaría grandes problemas al prestarse a malos entendidos con la palabra alemana instinkt que efectivamente utilizaba Freud pero para nombrar “esquemas filogenéticos hereditarios” y no a la pulsión cuyo marco es mucho más amplio e intenta dar cuenta de las formas de relación con el objeto y su propia búsqueda de satisfacción, sin dejar de lado el aspecto somático.

En tanto algunas discusiones están cimentadas en sustratos íntimos de relaciones entre conceptos e incluso la misma epistemología del psicoanálisis, existen otros que en ocasiones aparecen como fuentes de disputas o aclaraciones eruditas y que se pierden en el tiempo. Su falta de resonancia puede adjudicarse a dos motivos predominantes: por un lado, puede intervenir de manera contundente que quienes hacen las puntualizaciones no tienen el prestigio ni los medios para hacerse notar dentro del ámbito en el cual quieren impactar, y por otro lado, puede ser que simplemente sus aclaraciones sean vanas y faltas del rigor que pretenden seguir. Una extraña combinación de ambos es el caso del venerable filósofo mexicano de origen español José Gaos.

Historia de nuestra idea del mundo (1973) es el título del libro de José Gaos editado post mortem. Dicho libro es una recopilación, escrita por él mismo, de un curso que impartía en el cual recapitulaba lo que para él fueron los más grandes acontecimientos y teorías que revolucionaron nuestra propia idea del mundo. Ahí es la lección 5 la dedicada al psicoanálisis.

En dicha lección pasa a intentar resumir y exponer al psicoanálisis freudiano en escasas veinte páginas, además otorga cierta crítica y visión filosófica del mismo, no conforme incluso señala un error en las traducciones acerca de Freud que se han hecho al español. Gaos puntualiza que el vocablo libido es erróneo traducirse al español de esta manera, pues en tanto que es una palabra de origen latino, es correcto que Freud la escriba de esta forma pues libido es un sustantivo femenino cuyo caso nominativo es libido y su genitivo libidinis. En alemán, es común que las palabras de origen latino al pasarse a dicho idioma lo hacen con el caso nominativo singular, como lo es libido, pero en español los vocablos proceden del caso acusativo singular del latín, en cuyo caso es libidinem, y al trasladarse al español se pierde la m y se acentúa conforme a las reglas ortograficas del idioma, por lo que su traducción correcta sería libídine.

Los siguientes recuadros muestran de manera clara lo antedicho.

Declinación de libido y traducción al español.
Libido-inis (femenino). Al tener genitivo en terminación -s corresponde a la tercera declinación del latín.


Caso en latín singular

Traducción al español

Nominativo: libido

el deseo

Genitivo: libidinis

del deseo

Dativo: libidini

a, para el deseo

Acusativo: libidinem

al deseo

Vocativo: libido

¡oh, deseo!

Ablativo: libídine

con, por, etc., el deseo



En español se tienen algunos ejemplos de palabras en que al proceder del latín efecttivamente lo hacen conforme al acusativo, tal como lo señala acertadamente José Gaos. , tal es el caso de tierra, año y más claramente de nave, cuyo origen latino se encuentra en navis que también es sustantivo femenino de la tercera declinación, así pasó a español como nave a partir del acusativo, he aquí la siguiente tabla:

Declinación de navis y traducción al español.
navis-is (femenino). Al tener genitivo en terminación -s corresponde a la tercera declinación del latín.


Caso en latín singular

Traducción al español

Nominativo: navis

la nave

Genitivo: navis

de la nave

Dativo: navi

a, para la nave

Acusativo: navem

a la nave

Vocativo: navis

¡oh, nave!

Ablativo: nave

con, por, etc., la nave



Como se ve en la tabla anterior, la palabra nave se formó del acusativo navem únicamente eliminando la –m, no importando que está en el caso acusativo para formar un sustantivo, pues el español se rige por medio de artículos, preposiciones, etc., para dar sentido a las palabras, es decir, la sintaxis es diferente.

El argumento de José Gaos aunque sólido y académico, no basta para sostenerse por sí mismo. De hecho en las traducciones que cita el propio Gaos acerca de Freud tiene expresiones como “…por lo que la libídine…” y sigue en cada instante en que encuentra dicha palabra. Su eminente espíritu traductor (Gaos es el responsable de traducciones directas del alemán al español de filósofos de la talla de Hegel, Husserl, Kierkegaard, Heidegger, entre otros) lo hace encontrar en libido un vocablo alemán y no el latín en que originalmente pensó Freud.

Destaca también el hecho particular de que en ningún idioma ha cambiado libido ni siquiera en su escritura, pues se encuentra a lo largo de la literatura psicoanalítica tanto en el original alemán de Freud, así como el francés, inglés, italiano, portugués, etc., algo que evidencia que no es por la falta de criterio de uno o más traductores, sino que no se ha traducido dicha palabra porque Freud la designó en su correspondiente idioma: el latín, él nunca pretendió volcarla al alemán. Incluso es claro desde el propio A. Moll de quien lo rescató Freud, pues su libro se titula Untersuchungen über die Libido sexualis en donde se encuentra “deseo sexual” en el original latín y no volcado al alemán. Por lo cual se comprende que Freud de hecho retoma dicho término pero en su acepción latina y la dota de un contenido específico en su teoría, un concepto que acertadamente Freud tomó de una lengua universal como lo es el latín, ya no necesaria de traducir.

En español, la Real Academia acepta a libido como una palabra correcta y la circunscribe al ámbito médico y a la psicología. Hace notar que la pronunciación debe ser grave, tal como se escribe, pues la sílaba tónica es –bi. Por lo que es incorrecto pronunciarla o escribirla como esdrújula (líbido) tal como aparece en ocasiones en algunos escritos psicoanalíticos. Por lo que ciertamente se puede concluir que la crítica que hace Gaos acerca de la traducción corriente sobre los textos freudianos, carece de vigor, pues como se vio, por un lado Freud propone dicho término en el correspondiente latín por lo que no es correcto traducirla, además que al paso del tiempo esta palabra latina se ha pasado al español de la misma forma y sin los cambios que se produjeron con el tiempo en el propio idioma y sin el control normativo que ahora se encuentra.

En español se tiene un ejemplo claro de palabras introducidas directamente de un idioma culto sin aprobación oficial, tal es el caso de una palabra homónima a un famoso escrito de Platón que lleva por título en español El banquete, pero que en original es Συμπόσιον (Sympósion) y que aún hoy se utiliza de manera frecuente la palabra simposium en ámbitos académicos predominantemente, pero que la Real academia la condena como incorrecta y propone el español simposio.

Regresando al tema de este escrito, mención aparte merecería el hecho de las palabras que se componen con el concepto de libido como Libidostauung (estancamiento de la libido), Ichlibido (libido del yo), Objektlibido (libido de objeto) y algunas otras cuya composición una vez más observamos se da en concordancia del vocablo alemán y latino, por lo que al traducirse al español es adecuado hacerlo de la misma manera pero esta vez con el español y latín (para Gaos lo adecuado sería: estancamiento de la libídine, libídine de objeto y libídine del yo).

En conclusión, el filósofo Gaos pasa por alto detalles que se encuentran en la propia escritura de Freud, pero al intentar sobrellevar una rigurosa traducción en ocasiones se pierde en argumentos académicos y normativos, este quizá sea el motivo por el cual su propuesta no tuvo eco en la literatura psicoanalítica de lengua española, aunado a su profesión de filósofo y no de psicoanalista, dos hechos que dieron por resultado una infértil polémica sobre la libido.


jueves, 12 de noviembre de 2009

¡Deja de retroceder, filósofo! Pues decir que es impulso lo que tomas no es más que retórica barata.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Si Dios es racional...



por José Vieyra Rodríguez


"Faciendo peccatum, Deus non peccat"
Guillermo de Ockham


El hombre es un ser que posee razón y con ella se pregunta por la existencia real de entidades no necesariamente substanciales. Es a través de su capacidad racional que el hombre conoce que los entes son materiales (físicos) o inmateriales (racionales). Dios eminentemente no es materia, por tanto es un ente inmaterial, y en tanto que los entes inmateriales son racionales, Dios es racional.

Señalemos que Guillermo de Ockham es el máximo impulsor de la escuela filosófica denominada nominalismo, la cual subraya que sólo existen los entes particulares y en cuanto a los universales y conceptos son sólo nombres vacíos y sin contenido real.

Según Ockham el conocimiento abstractivo es aquél que posibilita la existencia de los entes racionales en la mente del hombre, pero en tanto que sólo existen en la mente, no son verdaderos, y si Dios es racional se sigue que Dios no existe verdaderamente.

Concluimos, Dios es racional, es decir, un concepto el cual no tiene existencia verdadera fuera del nombre que se le da y fuera de la mente del hombre. Por tanto Dios es una creación sin validez fuera del particular entendimiento de cada individuo.

De lo anterior se sigue la dialéctica que hasta los días corrientes nos ocupa, es decir, si se admite la existencia de Dios no se le concibe como ser racional, y en tanto quien admite a Dios como ser racional lo reduce a un producto de la mente del hombre.

Este problema nos es heredado por la filosofía escolástica, particularmente por Guillermo de Ockham.

sábado, 24 de octubre de 2009

Una falsa solución al origen de la ética



por José Vieyra Rodríguez



La ética, etimológicamente, proviene del vocablo griego ἦθος (ethos), palabra que originalmente designaba a la morada o lugar donde se habita, pero terminó por ser entendida como el carácter o modo de ser de alguien [1], debido a esto se ha entendido comúnmente, incluso estudiosos de la lengua griega [2], al término ἦθος como costumbre, igualmente hallamos esta equiparación en algunos filósofos que se han dado a la tarea de realizar bastos diccionarios [3].

Encontramos aquí un primer tropiezo, pues hay también quien asegura que los griegos tenían dos palabras para referirse a cada uno de los significados anteriores, por un lado está εθος (con épsilon, cuya pronunciación es corta) para referirse a la morada, mientras que ἦθος (con eta, cuya pronunciación es más larga) lo utilizaban para referirse propiamente al carácter [4], por lo que al hablar de ἦθος debe comprenderse que se constriñe al carácter del hombre y no a una costumbre, pues las costumbres varían conforme al espacio y tiempo, mientras el carácter referido por lo griegos no era entendido de la manera en que actualmente se hace, pues para los escritores griegos [5] no hay un carácter individual (como lo hace ver la psicología moderna) sino un carácter propio del hombre, pues “todos los escritores griegos, desde los tiempos primitivos, no tienen su raíz en el cultivo de la subjetividad, como en los tiempos modernos, sino que pertenecen a su naturaleza. Y cuando alcanzan conciencia de sí mismos, llegan por el camino del espíritu al conocimiento de leyes y normas objetivas cuyo conocimiento otorga al pensamiento y a la acción una seguridad antes desconocida”[6] .

Observamos como la disputa sobre la etimología de la palabra “ética” comienza a gestarse en el terreno de la interpretación, ya no de un texto a modo de una exégesis o hermenéutica rigurosa, sino de una verdadera sobre-interpretación de algunos signos lingüísticos para determinar a un concepto filosófico.

Regresando un poco, nos topamos aquí con un problema el cual no ha sido superado todavía, pues vemos que dependerá de la opción que se tome en cuanto al origen etimológico de la palabra para poder limitar su extensión, detengámonos un poco más en este aspecto, pues si seguimos a quienes nos proponen, como Ferrater Mora, entender a ἦθος como costumbre pararemos en la siguiente conclusión; desde la filosofía aristotélica parece indicar que el término ético “es tomado primitivamente solo en un sentido de adjetivo […] pues las virtudes éticas son las que se desenvuelven en la práctica y las dianoéticas las que son propiamente intelectuales” [7], pero rápidamente entramos en contradicción al intentar seguir su propia concepción del término ética pues continúa diciéndonos “las primeras tienen su origen directo en la costumbre y el hábito […] mientras que las segundas pertenecen a las virtudes fundamentales, las que son como los principios de las éticas” [8], realmente no interesa aquí el adjetivo “ética” pues sería sinónimo de costumbre, así que podemos entender entonces que hay “virtudes acostumbradas” (las que guían al comportamiento) y virtudes que dan sustento a las anteriores (como la sabiduría y la prudencia), así la ética se subordina al concepto de αρετή [areté], es decir de la virtud, aquí podemos encontrar quizá el origen de la con-fusión de αρετή y ἦθος, para terminar por entender cómo la ética pasó a ser el estudio propio de las virtudes independientemente de su contexto social, pues no debemos olvidar que los griegos encuentran primordial fomentar el αρετή en el ciudadano griego, he aquí la importancia de dicho término desde Homero hasta Platón, culminando en la fusión con ἦθος en Aristóteles.

Si seguimos este camino, estrictamente hablando la ética sería el estudio de las costumbres, o bien, interpretando, concluiríamos diciendo que es el estudio del comportamiento que se dirige (teleología) a una virtud, pero aquí encontraríamos un problema no vislumbrado con anterioridad, ¿qué es la virtud? Pues las virtudes, de ser cualidades esperadas en el hombre, ¿cómo puedo saber cuáles son verdaderamente? Nos dirigimos ahora a un problema de valoración de cualidades además del universal en cuanto ellas.

Si por el contrario, seguimos a quienes proponen comprender a ἦθος como carácter, habríamos de decir que la ética es el estudio del comportamiento de las personas en su obrar, pero dicha definición no tiene parámetros reales para evaluarse, es decir, ¿cómo podría ser estudiado un comportamiento sin algo con qué evaluarlo? Un estudio puramente comportamental sin juicio de valor nos daría lo que en psicología se conoce como registro de conductas por medio de observación, sin nada con qué comparar o contrastar. Ahora, si enmarcamos el concepto carácter dentro de la sociedad griega, encontramos cómo la evolución y concepción del carácter es también ambigua, así, el carácter no es el mismo el esperado de un guerrero que el de un esclavo o el de un filósofo, una vez más, el referente es establecido por los griegos desde una visión ideal de ellos mismos.

La situación se complica aun más, pues si intentamos comprender la relación entre ética y moral, la solución será una vez más la misma. Rastrear la etimología según convenga comprender y desde aquí comenzar a construir la definición. Veamos.

La palabra moral proviene del latín mos (caso nominativo singular) y significa costumbre [9]. Por lo que la primera propuesta y más común que nos brindan algunos libros sobre filosofía es que la ética es el estudio de la moral, pero dicha afirmación está basada en una interpretación superflua de ambos términos, es de hecho una superposición determinada únicamente en sentido cronológico de las palabras.

Algunos afirman que mos derivó de los dos términos griegos, tanto ἦθος como εθος, pues los latinos los fundieron, puesto que incluso en latín mores (caso nominativo plural) “refiere al modo de ser, de vivir, incluso al carácter que mueve el accionar” [10], así se echa abajo toda diferencia real entre moral y ética, pues aun cuando sea carácter o costumbre, ambos términos son verdaderamente sinónimos, no solamente análogos.

Tales conclusiones son, por supuesto, decepcionantes entre muchos estudiosos, pues lo anterior no brinda soluciones verdaderas al problema del origen de la ética, incluso complica aun más al invalidar cualquier posible distinción entre moral y ética, aun cuando en la actualidad tienda más a confundirse a estos términos, pues parecen volver a ser sinónimos, sin saber siquiera de qué.

La pregunta incluso cambia ya no al origen de la ética, sino a ¿qué es la ética? La solución para responder parece orientarse únicamente en sentido particular e interpretativo, es decir, dependiendo de la interpretación que se de a la etimología se encontrará su definición, pues se comenzará a circunscribir así su definición a un término, es una sobre-interpretación de ἦθος y desde ahí se dará (incluso en retrospectiva como lo hacen aquellos que estudian la ética en las culturas antiguas como la egipcia [11]) su significado, para postular o bien la ética como un estudio posible de ser universal o la ética como particular, lo que inevitablemente conduciría al relativismo cultural tan temido por Sócrates como por algunos filósofos contemporáneos.

Concluyamos que en filosofía, darse a la tarea de definir ciertos términos es labor ardua que puede conducirnos a una simple disputa de orígenes de palabras, cuando quizá es pertinente omitir intencionalmente su etimología y reformular el sentido del término en la actualidad, aun cuando esto una vez más puede ser escandaloso para muchos, pues no universaliza el concepto ni respeta su momento de concepción, pero debemos estar prestos a entender que el significado de una palabra cambia y esto tiene efectos en la practica, aun racional, de nosotros.

Sócrates fue el más grande oponente de los sofistas y por eso se le hace honor al ser parteaguas de la filosofía, pues es oficialmente un antes y un después de él, sin embargo también nos heredó un miedo hacia los sofistas y el relativismo, hemos aprendido a desdeñarlos y tildar de sofista al farsante de la filosofía, pero ello no debe impedirnos proceder en determinadas ocasiones como ellos.

Rastrear la etimología de una palabra para a partir de ahí enlazarla con una supuesta esencia de la misma pudiendo encontrar así el concepto universal, ya nos mostró Platón con su famoso diálogo Cratilo o del lenguaje la imposibilidad, incluso al darnos una inmensa cantidad de falsas etimologías que utiliza para sustentar sus concepciones filosóficas, debemos aprender también de este erróneo proceder y quizá apostar a re-crear a los propios conceptos de filosofía para responder no ya a la pregunta ¿qué es la ética? sino ¿qué es la ética hoy? Por lo que podemos también reformular la pregunta ¿cuál es el origen de la ética? para preguntarnos de mejor manera ¿cuál es el origen de la ética tal como la entendemos ahora?

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[1] Cibernous. Mapa y territorio de la filosofía. Glosario de términos. Enlace directo aquí.
[2] Mateos, A. Etimologías griegas del español. Ed. Esfinge. México. 1993. p.p. 181
[3] Ferrater Mora, J. Diccionario de filosofía. Alianza Editorial. España. 1979
[4] Pabon, J. Diccionario griego-español. 11va. Edición. Vox. Barcelona. 1979
[5] Estamos en el terreno de la escritura, aun cuando se ha introducido en esta discusión elementos fonéticos en cuanto a la duración de su pronunciación, -puesto que ambas corresponden a nuestra e - la importancia radica en el matiz semántico.
[6] Jaeger, W. Paideia. Los ideales de la cultura griega. FCE. México. 1990
[7] Ferrater Mora, J. Op.cit.
[8] Ibidem
[9] Mateos, A. Gramática latina. Ed. Esfinge. México. 1998. p.p. 300
[10] Bonafina, P. Sobre la diferencia entre ética y moral. Filosofía nueva. Página web. Enlace directo aquí.
[11]Gomez Danés, P. Ética I. las culturas antiguas. Cuadernillos. Edición de autor. Monterrey, México. 2001.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El amor como peste y subversión en el psicoanálisis*


por José Vieyra Rodríguez


I. Nociones y postulados básicos


“Recordaré a cuantos contemplan desdeñosamente
al psicoanálisis desde su encumbrado punto de vista
cuán estrechamente coincide la sexualidad
ampliada del psicoanálisis
con el Eros del divino Platón”
Sigmund Freud


El psicoanálisis se caracterizó en sus inicios por escandalizar a una sociedad conservadora, especialmente al introducir el concepto de sexualidad, y entender a ésta como un elemento presente en el hombre desde su infancia, así en Tres ensayos para una teoría sexual (1905) Freud escribe “el neonato trae consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación… casi siempre hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación”¨[1].

La razón por la cuál el psicoanálisis perturbó tan directamente a la sociedad, es que no es solamente un sistema o teoría que explica ciertos fenómenos propios del hombre, sino que además es una técnica, una praxis a la que puede acceder cualquier persona por diversos motivos, diversos sufrimientos (miedo, culpa, depresión, angustia, manías), es decir, el psicoanálisis es “un método de tratamiento de perturbaciones neuróticas, fundado en un procedimiento que sirve para indagar procesos anímicos difícilmente accesibles por otras vías”[2]. Ésta es la parte fundamental que posibilita que el conocimiento psicoanalítico se transmita sin necesidad de cierto interés o nivel cultural, como sería necesario para la filosofía, por ejemplo, la cuál por cierto ya había dado suficientes elementos para perturbar la conciencia puritana del hombre occidental, pero sin la masificación necesaria para sacudir culturalmente. Por lo tanto, el trabajo clínico otorgó la posibilidad de la expansión del psicoanálisis a niveles inimaginables de popularidad.

Comencemos, pues, por señalar la definición de sexualidad que da el psicoanálisis, pues como veremos, una vez entendida la sexualidad será a partir de ella que se comprenda al amor, tema que nos interesa en esta ocasión.

Laplanche y Pontalis escriben que la sexualidad contiene “toda una serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, función excretora, etc.) y que se encuentran también a título de componentes en la forma llamada normal del amor sexual”[3]. Valga esto como una aproximación general, ahora, remitámonos a Freud, pues él da tres características principales de la concepción psicoanalítica de la sexualidad en su obra póstuma; El esquema del psicoanálisis (1939):

a. La vida sexual no comienza sólo con la pubertad, sino que se inicia enseguida después del nacimiento con nítidas exteriorizaciones.
b. Es necesario distinguir de manera tajante entre los conceptos de «sexual» y de «genital». El primero es el más extenso, e incluye muchas actividades que nada tienen que ver con los genitales.
c. La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo, función que es puesta con posterioridad (nachträglich) al servicio de la reproducción. Es frecuente que ambas funciones no lleguen a superponerse por completo[4].

Ahora bien, existe una fuerza y cantidad que determina a la pulsión sexual, así introducimos aquí el término de “la libido [que] está destinada a nombrar la fuerza en la cual se exterioriza la pulsión”[5]. Es decir, la magnitud cuantitativa de empuje (drang) que hay en la pulsión.

Así, hasta aquí, podemos resumir: la sexualidad está vinculada con un goce presente desde la infancia, no es reductible a la reproducción (por el contrario la reproducción se subordina a la sexualidad) y tiene que ver directamente con zonas erógenas como lo pueden ser la boca, el ano, los genitales, en otras palabras, cualquier parte del cuerpo puede convertirse en una zona erógena, siempre y cuando haya una representación de la misma, es decir, una imagen psíquica del cuerpo. A su vez, la pulsión sexual está compuesta de una energía (psíquica) llamada libido.

Como vemos, hasta ahora hemos entrelazado dos términos nodales para el psicoanálisis; pulsión sexual y libido. Ahora es pertinente recordar que en la obra freudiana existen tres grandes momentos acerca de la teoría de las pulsiones. El primero es el fundado en la concepción dualista de las pulsiones en el cual Freud consideraba a dos pulsiones; la pulsión de autoconservación y la pulsión sexual. El segundo es monista y absorbe a las pulsiones de autoconservación dentro de la misma pulsión sexual, asumiendo así que toda pulsión es sexual. Y por último, a partir de 1920 toma su forma definitiva en Freud la teoría de las pulsiones, volviendo a un dualismo pulsional, pero esta vez basado en la oposición pulsión de vida (Eros) contra pulsión de muerte o autodestrucción.

Este tercer momento en la teoría de las pulsiones es el que nos interesa destacar, pues es en él en donde la obra freudiana gira la concepción de la sexualidad, y desde 1920 con Más allá del principio del placer Freud cambia claramente la concepción al ampliar aún más el término sexualidad y equipararlo al amor.

Esta nueva equiparación no es poca cosa, pues una vez más toma un concepto común como lo es el amor, y esta vez lo amplía a niveles extraterritoriales a lo habitual. Así pues, escribe Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (1921) un nuevo carácter a la libido definiéndola como “la energía, considerada como magnitud cuantitativa -aunque por ahora no medible-, de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que puede sintetizarse como «amor»"[6], recordemos además que la libido es la energía de la pulsión sexual.

Es precisamente en este texto en el que quiero detenerme por un momento, pues si tomamos en serio las proposiciones que hace Freud, por ejemplo cuando escribe “por su origen, su operación y su vínculo con la vida sexual, el «Eros» del filósofo Platón se corresponde totalmente con la fuerza amorosa {Liebeskraft}, la libido del psicoanálisis”[7]. Dicha afirmación tiene aspectos dignos de considerarse, puesto que inmediatamente después de igualar la pulsión sexual con el Eros de Platón, pasa a dar una serie de conjeturas basadas en dicha ampliación del concepto de amor. Así, por ejemplo, explica que en una serie de casos “el enamoramiento no es más que una investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa”[8].

Es decir a partir de aquí para Freud lo importante es retomar el aspecto amoroso (o vínculo afectivo, si lo queremos hablar de manera más moderada por el momento) en todas las relaciones (sea con objetos reales o psíquicos), y que todas ellas están subrogadas también a una economía libidinal, a un cierto carácter sexual.

Ahora comenzamos a entrar dentro del terreno el cual nos interesa, pues consideramos fundamental no perder de vista este último elemento que nos da Freud en su teoría, pues si en un primer momento el análisis que hace de las relaciones está marcado por su carácter exclusivo de sexualidad, que fue la gran oposición y a la vez acierto del psicoanálisis contra la sociedad, en un último momento se puede tornar aún más escandaloso, pues no sólo se analizará con una visión sexual, sino además como un análisis de relaciones amorosas.

Recordemos, junto con Igor Caruso, que nos dice en Psicoanálisis y Utopía: “Freud decía a menudo que si el psicoanálisis no es escándalo, es un falso psicoanálisis”[9]. La frase anterior nos puede servir muy bien de epígrafe par comenzar el siguiente parágrafo.


II. El amor en psicoanálisis

Una anécdota universalmente conocida por los psicoanalistas es la relatada por Jacques Lacan en su conferencia La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis dictada en 1955, en ella cuenta que sabe, de viva voz de Jung, que Freud al estar por arribar al puerto de Nueva York después de ser invitado a dar sus famosas Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1908) en la Clark University de Worcester, Freud se dirige a Jung y le dice: “no saben que les traemos la peste”[10]. Éste es el único lugar en que se puede rastrear la verosimilitud de esta frase, los biógrafos más escrupulosos han desechado esta idea, llegan a la conclusión de que si Freud hizo un comentario parecido, fue algo como “se sorprenderán cuando sepan lo que les vamos a decir”[11]. Sin embargo, la frase de la peste se ha vuelto tan famosa que se ha convertido en el gallardete lacaniano con el que argumentan que ya Freud pensaba que el psicoanálisis tiene un carácter inminentemente subversivo, como gustan de llamarlo los lacanianos. Los detractores de la misma frase, replican por su parte que Freud nunca asimiló al psicoanálisis con una peste, por lo tanto no consideran válida cualquier conclusión a la que se llegue a partir de esta fantasía de Lacan. Por mi parte, considero totalmente erróneo este último proceder, si hay algo que nos enseña Freud, si sabemos escucharlo, es que el psicoanálisis no se evalúa por la “realidad” de los acontecimientos, sino los efectos que hay a partir de la creencia de que ocurrieron, “un síntoma histérico está fundado en la fantasía de algo nunca sucedido”[12], al igual que la interpretación en que podrá variar de analista a analista aun cuando sea contado exactamente lo mismo, lo importante resultará del efecto de la interpretación, no de la “verdad” de la misma.

Es por eso que lo significativo de esta anécdota no es si sucedió o no, sino el efecto que ha traído consigo la fantasía de Lacan, el síntoma que se ha creado a partir de este suceso. En este caso lo que ha traído consigo el psicoanálisis lacaniano es que ha convertido -o mantenido- a Freud en un pensador totalmente revolucionario de la moral, la filosofía y la mismísima concepción del ser humano y no como un médico dedicado a la adaptación y regulación del pensamiento humano a través de una psicoterapia, como lo pretendió hacer ver la Ego Psychology.

Esta idea del psicoanálisis como una peste en la obra de Freud se deja entrever en varios momentos, pero no en su sentido despectivo y peyorativo que puede tener esta palabra, sino con el carácter de “algo” que se puede extender con facilidad y que al final puede venir a ser como una pestilencia no deseable ni compatible con nuestras buenas costumbres, pues el psicoanálisis descubre las más íntimas motivaciones egoístas del hombre.

Freud, es cierto, considera que el psicoanálisis ha venido a ofender a la propia concepción de lo que es el hombre, el psicoanálisis ha ofendido al narcisismo universal, al amor propio de la humanidad. Así, las tres más grandes ofensas al narcicismo del hombre son por una parte la ofensa cosmológica, al desplazar al hombre como centro del universo, ésta fue efectuada por Copérnico; la segunda ofensa fue la biológica, al incluirlo dentro del mundo como un animal más, ofensa llevada a término por Darwin; y por último la psicológica, al no ser poseedor de su vida anímica en su totalidad. Ésta es la que nos interesa por ahora, pues después de ser desplazado el hombre como centro del universo y aun del mismo mundo, el hombre seguía pensando que era dueño de su cuerpo, además de la voluntad autónoma guiada por la conciencia, aquella por la cual se ejecutan las órdenes al mandato del yo, sin embargo, Freud descubre que la vida anímica no es tan simple y en realidad es una jerarquía de instancias superiores y subordinadas, impulsos y defensas que luchan para sobrellevarse, la instancia que intenta controlar a dichos impulsos es llamada yo, instancia que aun así es sobrepasada en infinidad de casos, Freud lo ve claramente en el trabajo clínico, pues ante los casos patológicos con los que se encuentra, se revelan los intentos del yo para negar su pertenencia a lo “ominoso” y desagradable, inconciliable e incontrolable que se presenta ante la conciencia, por esto Freud concluye respondiendo al neurótico: “no estás poseído por nada ajeno; es una parte de tu propia vida anímica la que se ha sustraído de tu conocimiento y del imperio de tu voluntad. Por eso tu defensa es tan endeble; luchas con una parte de tu fuerza contra la otra parte, no puedes reunir tu fuerza íntegra como si combatieras a un enemigo externo. Y la que de ese modo ha entrado en oposición contigo y se ha vuelto independiente de ti ni siquiera es la peor parte o la menos importante de tus fuerzas anímicas. Me veo obligado a decir que la culpa reside en ti mismo […] -concluye- el yo no es el amo en su propia casa”[13].

Vemos como Freud no escatima y declara que el psicoanálisis ha infligido la tercera gran herida a la humanidad. Piensa que ha despojado a la conciencia de la autonomía del cuerpo, se opone tenazmente a la capacidad volitiva innata del hombre. Algo que, lo sabemos, sigue siendo tema de controversia. De hecho el mismo Freud sabía bien el rechazo a esta idea, aun así, entre mayor oposición hallaba parecía que más se empeñaba en mantenerse firme, por eso nunca cedió ante la posibilidad de desexualizar a la energía psíquica, como lo hizo Jung, y menos aún omitir al inconsciente como parte central de su doctrina.

Ahora, pudiéramos con los diversos elementos que hemos esbozado, trazar algunas líneas interpretativas y pautas a seguir que serían convenientes para quienes estamos interesados en continuar trabajando al psicoanálisis no desde una parte teórica y caduca, sino actual, vigente y -¿porqué no?- escandalosa.

Sin embargo, ¿qué decir desde la teoría en la actualidad que pueda crear escándalo?, vivimos en un momento en que la sexualidad ha sido de alguna manera aceptada, aun cuando no se hable total y abiertamente, sí han desaparecido algunos tabúes oficiales, al menos dentro de ciertos grupos es libremente expresada, por ejemplo, en la educación oficial, mínimamente se enseña la sexualidad como parte biológica del ser humano.

Así, cuando Freud en 1905 exponía, ante un grupo primordialmente de médicos, que existía la sexualidad infantil, algo inminentemente escandaloso, más de cien años después se acepta que incluso hay niños de cinco años experimentando una erección, es decir, ya no está la sexualidad matizada por un carácter único de goce, sino que está más cerca que nunca de ser vista como la sexualidad adulta, genital. Por lo que parece anticuado recordar que hay un placer en el niño cuando explora la diferencia sexual anatómica, por ejemplo, cuando en la actualidad se sabe de “niños” que son padres a los trece años, como el caso que hace poco se suscitó en el Reino Unido.

Ante esto, propongo continuar creando polémica y levantando escándalo, llevando al psicoanálisis como una peste, una subversión, y para ello es necesario hablar del amor, pues es precisamente en estos momentos cuando se presenta más que nunca obsoleto y fuera de contexto.

Así, comencemos por decir que todas las relaciones son de amor, es decir, eróticas.

En la sentencia anterior no sólo incluimos las relaciones entre dos o más seres humanos, como pueden ser las relaciones de pareja sentimental, de parentesco, amistad, etc., como bien podría aceptarse en un primer momento, sino también la relación que hay entre un sujeto y un objeto -aun psíquico- así podemos hablar de relaciones de amor entre el adicto y su droga, el conductor y la velocidad, el fumador y el cigarrillo, la esposa golpeada y el hombre agresivo, el jugador y el juego de azar, la anoréxica y su imagen, etc.

Para comprenderlo mejor, sigamos a Freud, para él todas las relaciones están constituidas por un enlace afectivo, es decir, un enlace libidinal, por lo tanto, si queremos entender porqué de la drogadicción, podemos pensar y preguntarnos en qué hay en la droga que enlaza al sujeto, o podríamos decir, que sujeta al sujeto hasta dejarlo sujeto de la droga.

Negar el amor en dichas relaciones, es negar el propio vínculo manifiesto, al declarar como relación de amor la que sobrelleva un hombre que golpea a su pareja, no negamos su amor, sino que inquirimos ¿porqué ama a golpes?, o bien, ¿es la única manera de amar que conoce? o ¿qué ama en esa imagen que golpea?

De esta manera, podemos comenzar por pensar entonces en el amor como ese vínculo del hombre con sus objetos, y dejar de lado la idea del “amor verdadero”, y aquellos enlaces afectivos restantes y destructivos como fuera de él, pues por el contrario, plantearse que el amor es lo que posibilita todas las relaciones del hombre, puede servirnos en primer momento para entender el porqué de muchas acciones catalogadas como de odio.

Esto nos lleva inmediatamente a plantearnos, si todas las relaciones son relaciones de amor, entonces qué sucede con las que conocemos comúnmente como de odio, repugnancia, violencia, aversión. Desde Freud, está claro, el amor es ambivalente, “te quiero pero también te odio”, pudiéramos decir, el refrán lo dicta de la manera más clara posible “del amor al odio hay un paso”, pues ambos son fuertes enlaces entre objetos. O aquél otro dicho bien conocido, “prefiero el odio antes de la indiferencia”, por supuesto, nos marca claramente lo sustancial del asunto, en el odio continua existiendo un fuerte enlace erótico, de goce. Nuestro autor nos dice “además de la oposición amar-odiar, hay la que media entre amar y ser-amado, y, por otra parte, amar y odiar tomados en conjunto se contraponen al estado de indiferencia”[14], por lo tanto, si buscamos la génesis del amor y odio, las encontraremos diversas, sin embargo lo cierto es que en un primer momento, para el neonato no es diferenciable ambos sentimientos, pues una característica del amor en los primeros años de vida es su esencia sádica, al devorar o incorporar y en un segundo momento retener (organización libidinal oral y anal), puesto que “sólo con el establecimiento de la organización genital el amor deviene el opuesto del odio”[15].

Por lo que entendemos, pues, que amor y odio tienen la misma estructura, son manifestaciones de una misma energía, la única; la sexual. Por lo que pensemos entonces a las relaciones tortuosas como relaciones eróticas (eros), dadoras de goce, un elemento que une y crea el vínculo entre objetos, un elemento común que se ama, y que nos puede orientar y ayudar a entender sucesos cotidianos.

Ahora bien, decimos que hablar de amor es escandaloso, puesto que en estos tiempos de la era tecnocientífica, como lo nombra este mismo congreso, no hay cabida más para el amor de antaño, de compromiso y lealtad, aun sea temporal, no obstante, actualmente también es imperante dejar fuera las relaciones degradantes, agresivas, dañinas, en otras palabras, se busca desplazar totalmente a cualquier tipo de relación que pueda sostener a un sujeto como tal. Se imponen las relaciones efímeras, transitorias, sin compromisos (laborales, sentimentales, etc.), sin ataduras, que lo único que interesa es el aquí y ahora pero con la ausencia inminente de intercambio libidinal, energético, además negando una parte del mismo amor; la agresión, o mejor aun, para utilizar un término psicoanalítico; denegando la propia condición de ambivalencia.

Así, en la época actual, el psicoanálisis puede presentarse como una teoría en la que aún tiene cabida el amor, sin cerrar la definición del mismo tan herméticamente que no pueda ser visto más allá del goce temporal que se pide tenga cada sujeto, sino entender el amor como esa relación que une y crea vínculos.

El psicoanálisis no sólo tiene responsabilidades en la clínica, sino también responsabilidades sociales, ya Freud desde la juventud del psicoanálisis postuló diversas disciplinas que pueden estar directamente interesadas en el psicoanálisis, así en El interés por el psicoanálisis (1913), enlista al menos a la ciencia del lenguaje, la biología, la historia, la sociología, el arte, la pedagogía y, por supuesto, a la filosofía, diciendo: “la postulación de las actividades anímicas inconscientes obligará a la filosofía a tomar partido”[16], es decir, o acepta o rechaza al inconsciente, en caso de aceptarlo, se verá en la necesidad también de replantear los postulados acerca del amor, ese incómodo término que hoy parece innecesario en la teoría, ese término que ahora se reduce a explicaciones acerca de él desde las neurociencias (aumento o disminución de ciertos neurotransmisores), congelando toda posible explicación desde el propio sujeto que lo experimenta o al menos desde una visión humana y no biológica-científica.

Parece que Freud lo intuía, cuando más cerca estaba de ser aceptada la sexualidad como etiología de diversos malestares, gira aún más su dirección y convierte al Eros como punto nodal del hombre, y de esta manera, niega dejar al psicoanálisis como viejo y sin posibles cambios, sin nada qué decir, por el contrario, da nuevos elementos para trabajar.

En esta época de la tecnociencia, hablar de amor no sólo es anticuado, también puede ser escandaloso y subversivo, en la actualidad llevar al amor junto con el psicoanálisis es llevar la peste.

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*Conferencia dictada en el marco del Congreso Nacional de Estudiantes de Filosofía (CONEFI) Hombre y mundo; vértigos en la era tecnocientífica. Aguascalientes, México. Septiembre de 2009.
[1]Freud, S. Tres ensayos para una teoría sexual. (1905) Obras Completas, Vol. VII. Ed.
Amorrortu, Argentina. 1979
[2]Freud, S. Dos artículos de enciclopedia Psicoanálisis y Teoría de la libido. (1923) Obras
Completas, Vol. XVIII. Ed. Amorrortu, Argentina. 1979
[3]Laplanche, J. Pontalis, J. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidós. Argentina. 1998
[4]Freud, S. Esquema del psicoanálisis. (1939) Obras Completas, Vol. XXIII. Ed. Amorrortu,
Argentina. 1979
[5]Freud, S. Conferencias de introducción al psicoanálisis. (1917) Conferencia 21. Obras
Completas, Vol. XVI. Ed. Amorrortu, Argentina. 1979
[6]Freud, S. Psicología de las masas y análisis del yo. (1921) Obras Completas, Vol. XVIII.
Ed. Amorrortu, Argentina. 1979
[7]Ibídem
[8]Ibídem
[9]Caruso, Igor. Psicoanálisis y utopía en Razón, locura y sociedad. Varios autores. Ed. Siglo
XXI. México. 1979
[10]Lacan, J. La cosa freudiana o sentido de retorno a Freud en psicoanálisis en Escritos 1.
Ed. Siglo XXI. México. 2006
[11]Roudinesco, E. Plon, M. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidós. Argentina. 2000
[12]Freud, S. Psicología de las masas y análisis del yo. Op. Cit.
[13]Freud, S. Una dificultad del psicoanálisis. (1917). Obras Completas, Vol. XVII. Ed.
Amorrortu, Argentina. 1979
[14]Freud, S. Pulsiones y destinos de pulsión. (1915) Obras Completas. Vol. XIV. Ed.
Amorrortu, Argentina. 1979
[15]Ibídem
[16]Freud, S. El interés en el psicoanálisis. (1913) Obras Completas. Vol. XIII. Ed. Amorrortu,
Argentina. 1979