Multiplicidad azulada. Aurelio Guerra. Acrílico sobre lienzo.
Cuando se me encomendó abordar el
concepto de diversidad en esta
charla, de inmediato consideré su contraparte; la identidad. La diversidad,
es una noción que hace referencia a la diferencia, la variedad, la abundancia
de cosas distintas o la desemejanza. Aunque el término diversidad no tiene una tradición filosófica, éste se vincula
directamente con lo que en filosofía se conoce como particulares. Y de la misma forma en que a la diversidad se le
contrapone la identidad, a lo particular, el universal.
Comenzaré, pues, comentando un poco
sobre el término Universal, por ser
el que quizá más debate ha suscitado a lo largo de la historia de la filosofía.
En el Medievo, por ejemplo, uno de los grandes debates, además del teológico,
es acerca de la existencia de los Universales.
Algunos filósofos medievales,
entendían a los universales, como los términos que le son comunes a un conjunto
de entes y que se identifican con la esencia. Los seguidores de Aristóteles, argumentaban que el universal
se predica por la naturaleza de varios entes, dando lugar así a la coincidencia
de la esencia con el carácter abstracto. En otras palabras, lo Universal es
aquello común que comparten un grupo de individuos. Esta posición se mantuvo en
controversia con el denominado nominalismo,
corriente que sostenía que los universales son sólo un concepto, un nombre con
el cual designamos un conjunto de seres distintos. Además de estas dos
posiciones, está la teoría del realismo objetivo, que postula, junto con
Platón, la realidad ontológica de los Universales, independientes de los entes
particulares.
Por su parte, el término de
identidad, es uno de los más importantes para la creación de la lógica clásica,
en tanto que la misma basa su saber en tres principios conocidos
intuitivamente, el primero es el principio de no contradicción (no es posible
que algo sea y no sea, al mismo tiempo, y bajo la misma consideración); de él
se sigue el de identidad (algo es igual a sí mismo) y el de igualdad (dos cosas
iguales a una tercera son iguales entre sí). De lo anterior, destaco nuevamente
el concepto de identidad, aquello que
es igual a sí mismo, pero, en el hombre y en las culturas, ¿cómo mantener el
principio de identidad diferenciándonos radicalmente del resto y a la vez
mantenernos incluidos en una visión que nos sea común a todos?, ¿es posible la
multiculturalidad en un mundo que aboga por Derechos universales y principios
fundamentales sin tomar en cuenta origen, religión, ideología, etc.? O, en
términos de filosofía clásica, ¿cómo armonizar la teoría de la existencia de
particulares en relación a un Universal esencial y común a todos los hombres?,
y en términos prácticos, ¿cómo dignificar la diversidad en medio de un mundo
que impone y genera obligaciones fácticas e ideológicas?
La apuesta se centraría en rechazar
la tesis pesimista “el infierno son los
otros”, expresada por Sartre en su famosa obra teatral, A puerta cerrada. Si tomáramos esta
como una visión correcta al respecto de la otredad, del semejante, del prójimo,
tendríamos que recordarnos constantemente; “yo
soy el otro del otro”, dando lugar así a un verdadero averno entre
individuos. ¿Cómo superar esta pesimista visión antropológica y cultural? Quizá
siguiendo a Rimbaud quien escribe; “Yo es
otro, ¡tanto peor para la madera que se descubre violín!”. En otras
palabras, el conocimiento de sí mismo es dinámico, incompleto y precario, por
lo mismo, la tolerancia y respeto hacia el otro debe mantenerse en el mismo
nivel que a uno mismo, haciendo de la ética un cuidado de sí mismo y del otro.
La diversidad cultural, se refiere
a la convivencia e interacción entre distintas culturas, incluso tomando a la
propia diferencia como parte de un activo importante de la humanidad. Ésta, ha
sido objeto no sólo de estudios teóricos y conceptuales, sino también políticos
y normativos. Todo ello, debido a la intención de imposiciones culturales de tintes
hegemónicos, y es en estos casos en los cuales el gobierno y las instituciones velan
por proteger a la cultura que tiene menos poder para garantizar su subsistencia
y, de esta manera, asegurar la diversidad cultural.
Un claro ejemplo de ellos es La Declaración Universal sobre la
Diversidad Cultural, proclamada por la UNESCO
en noviembre de 2001. En donde establece a la diversidad cultural como
patrimonio de la humanidad y factor de desarrollo. Así mismo, la vincula
estrechamente con los derechos humanos, como garantes de la misma.
Para terminar, resalto y suscribo
la importancia de retomar de manera constante los derechos humanos y el respeto
a la diversidad en todos sus ámbitos, ejemplo de ellos son los colectivos de
minorías que luchan constantemente por un lugar digno en el entramado complejo cultural.
Desde aquellos que pugnan por la diversidad sexual y el respeto a la existencia
de distintas orientaciones e identidades sexuales, hasta los grupos políticos y
organizaciones no gubernamentales que luchan por la inclusión de los
marginados, las etnias o los grupos indígenas históricamente aislado, todos
ellos tienen la voz y su justo lugar, al menos, si nos consideramos una
sociedad plural, las opiniones de los otros deben ser bienvenidas y sometidas a
juicio, al igual que las del resto de nosotros, dándoles un lugar en el
recuerdo o el olvido, en última instancia en el aprendizaje de ser uno en la
multiplicidad.
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*Este escrito, es realizado a partir de algunos apuntes que realicé para la charla "Salud, Paz, Arte y Diversidad", enmarcado en los "Diálogos con Café" del Festival Santa Lucía 2015.
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