La clínica de la etimología
por José Vieyra Rodríguez
En las últimas décadas, se dejan ver innumerables interpretaciones psicoanalíticas del lenguaje, un séquito clerical del ilustre psicoanalista Jacques Lacan deifica cualquier fórmula, matema, grafo o frase delirante del maestro francés. Con una enseñanza tan basta como la del hilarante psicoanalista francoparlante, se puede llegar a justificar casi cualquier disparate lingüístico, y bajo el escudo de la lingü(h)isteria y lalengua, hacen y deshacen para hacer decir teóricamente lo que les venga en gana. La exageración es intencional, por supuesto que bajo la escuela lacaniana existen incontables pensadores dignos de ser escuchados, con propuestas y trabajos verdaderamente sagaces.
Aquí me intento referir exclusivamente a un fenómeno cada vez más común, aquél que busca la confirmación teórica del psicoanálisis en la etimología, y que no le importa llegar a comparaciones sumamente forzadas y sin sustento real.
Comentaré un caso que es bastante común y el cuál desde hace años he escuchado, me refiero a la interpretación “etimológica clínica” de la adicción. Prestos a jugar con las palabras algunos psicoanalistas se aventuran a descomponer rápidamente dicha palabra en a-dicción, después aclaran que el prefijo a– denota privación, mientras que –dicción es precisamente decir, por lo tanto la adicción es la manifestación sintomática de lo “no dicho”, aquello que no ha pasado por la practica lenguajera del ser parlante.
Ya subidos en el tren de la teoría, podemos conjeturar, junto con Néstor Braunstein en su libro Goce: Un concepto lacaniano, que la adicción no sólo tiene que ver con lo no-dicho, sino que además ese a refiere a aquello que Lacan designó objeto a, ese resto que se produce tras el discurso del amo, y que “por la función de la palabra, por el discurso, se obtiene un saldo fugitivo de goce que es a, un a que por definición es inaccesible para el sujeto” (p.p. 275). Si no estamos conformes podemos continuar y deslizarnos ya en la resbaladilla teórica que hemos subido, así se puede especular que “la a-dicción no es tan sólo una renuncia a pronunciar las palabras que representarán al sujeto para el Otro exigente…sino que también sucede así cuando el Otro no dice, ni espera, cuando el Otro calla” (p.p. 281), por eso también es lícito escribir A-dicción, el Otro ha dejado de hablar, el orden simbólico no responde a la llamada del sujeto, o peor aún, no pide nada tampoco, así es cuando el Otro lo único que dice es “Haz lo que quieras a mí no me importa. Ni te hablo ni te escucho” (p.p. 282) en el caso del sujeto hablaremos de a-dicción, cuando “de la abolición del sujeto queda como resto, el cuerpo hecho objeto” (p.p. 283).
Resumiendo, se toma la palabra adicción en dos facetas, primero se propone como punto de partida la etimología, damos por supuesto que a– es un prefijo y significa privación, y –dicción es decir, después se mezcla teoría previa y etimología, como resultado tenemos la a–dicción que tiene que ver son la privación del decir del deseo, que queda como resto incomunicable y se pega al cuerpo, también tenemos la A-dicción, cuando el Otro no habla ni escucha. Hasta aquí la teoría es no sólo magnífica, sino poética.
Ahora la aclaración pertinente, etimológicamente adicción proviene del latín addictio -ionis, cuyo significado es adjudicación o condenación, a su vez tenemos que addictus –um, significa esclavo por deudas. Una posible explicación es que los romanos hacían una subasta en donde regalaban esclavos (prisioneros de guerra) a los soldados que tras la batalla pelearon bien, por ello los addictus eran esclavos. En otras palabras, se adjudicaban la propiedad de los derrotados.
Con lo anterior, podemos construir también especulaciones teóricas al respecto de las adicciones y el adicto, pero lo que realmente me interesa rescatar es la problemática de la etimología. Revisemos porqué en adicción no puede ser un prefijo a–, el cual se dice que es un privativo. Tenemos, pues, que el privativo a– es griego y –dicción que hacen referir a dicctio –onis que significa expresión y acto de decir, es latín. Esto es un error simple, que se explica de la siguiente manera, el prefijo privativo a– se antepone a palabras que también son del griego, como –teo (griego theos: dios), –poría (griego poros: vía, salida) o –simetría (griego metrón: medida), para formar ateo (sin dios), aporía (razonamiento sin salida) y asimetría (sin medida, sin correspondencia). Aunado a que no solamente una es griego y la otra latín, también es pertinenete mencionar que el prefijo privativo en latín es in– como lo vemos en insensato (lat. Insensātus), indócil (lat. Indocĭlis), etc., por citar dos ejemplos. Si se quiere remitir a partir de una etimología al respecto de lo no-dicho, sería la palabra "indecible", pero ya no se logra el juego de palabras con adicción.
Sigamos aclarando, tenemos algunas palabras que el aprendiz puede comprender equivocadamente, por ejemplo, informe no significa "sin forma" (latín y griego) sino que proviene del latín informare que es educar, comunicar.
Caso especial y mención aparte merece inmoral y amoral, palabras en que efectivamente se componen utilizando ambos privativos pero con la terminación latina, pero cabe aclarar que incluso aquí vienen a significar algo totalmente opuesto, mientras que amoral designa aquello carente de carácter moral, lo inmoral es aquello que va en contra de la moral. Por supuesto, moral proviene del latín mor- oris que significa costumbre, pero aquí la palabra sí se forma con un prefijo griego y una terminación latina. Hasta donde he podido investigar, es el único caso (para una revisión más exhaustiva de la etimología y problemáticas de la misma remito al lector al artículo Una falsa solución al origen de la ética).
Claro está, con esto no pretendo invalidar toda la teoría psicoanalítica con enfoque lacaniano de la adicción, es útil, de hecho se sostiene por sí misma y desde su campo teórico responde adecuadamente, sin embargo, mi crítica va encaminada al paso por alto de ciertas sutilezas que dan por hecho solamente por que así lo quieren, de acuerdo estoy con que el maestro francés si sabía hacer algo era malabarear las palabras hasta hacerlas decir lo impensable, pero también aceptemos que él sabía bien que no era una práctica etimológica, cuando lo hacía pocas veces remitía a la etimología como fundamento primero.
Desde la clínica, podemos construir edificios conceptuales y teóricos ricos y bastos por sí mismos, sin necesidad de fundamentarnos en falsas concepciones, haciendo parecer que la teoría misma ya estaba ahí desde antes de ser expuesta por el psicoanalista, cuando sabemos, no es así. El caso aquí tratado no es el único, simplemente lo utilicé para ilustrar algunas consideraciones, puesto que se me ha vuelto recurrente escuchar este tipo de interpretaciones etimológicas que parecen estar más cercanas al delirio que a la supuesta realidad etimológica que plantean.
Concluyo, la legitimación de la teoría es equivocado buscarla fuera del propio marco conceptual, pues corremos el riesgo de fundarla en errores y construir ahí nuestro bello edificio. Sin el ánimo de contradecir la teoría, insisto en señalar el error que, por cierto, no es intencional, pues si así lo fuera, no habría mayor problema que comenzar diciendo “es una falsa etimología, pero me da la gana y me sirve…”. Para finalizar, quiero comentar que en algún otro momento escribí al respecto de problemas etimológicos en la teoría psicoanalítica, pero en una concepción totalmente diferente, enfocándome en una mala traducción e interpretación, el artículo lo llamé La infértil polémica de un vocablo latino en psicoanálisis, con resultados totalmente diferentes a los expuestos aquí.