por José Vieyra Rodríguez
“«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo,
mis seguidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos.
Pero no, mi Reino no es de aquí»”
Juan 18, 33 - 35
“La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer
y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados»
(Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: l.c., 263-264).
No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir
en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad”
Caritas in veritate. Benedicto XVI (2006)
“«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo,
mis seguidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos.
Pero no, mi Reino no es de aquí»”
Juan 18, 33 - 35
“La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer
y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados»
(Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: l.c., 263-264).
No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir
en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad”
Caritas in veritate. Benedicto XVI (2006)
En los inicios del cristianismo, la persecución dentro del Imperio Romano se dio a sus practicantes al igual que a las demás sectas, pues se consideraba una variación de antiguas prácticas judías e israelitas, por lo que fue condenada dicha religión, y por consiguiente cientos de cristianos martirizados por no practicar el politeísmo oficial del Imperio.
Al rápido paso de los años, apenas en el siglo IV, los emperadores Constantino y Licinio firmaron en 313 el Edicto de Milán, en el que se estableció la libertad de religión en el Imperio, tras lo cual, si bien no se volvía aún el cristianismo religión oficial, sí se legalizaba. Es así como la inmensa fuerza que ya contenía el cristianismo, le comenzó a interesar al emperador Constantino, pues veía en la nueva religión creciente, un medio de unificación del Imperio, debido a esto, unos años más tarde del Edicto de Milán, es decir, en el año 325, convoca al Primer Concilio de Nicea. Cabe señalar que para estos momentos Constantino había unificado ambas partes del Imperio, pues mandó asesinar a Licinio y con ello se proclamó único emperador.
El Primer Concilio de Nicea se realizó bajo el auspicio del papa Silvestre I (314-335) y tuvo como eje central zanjar las disputas internas que se venían dando en la iglesia entre Alejandro y Arrio de Alejandría, controversias que versaban sobre la cualidad ontológica de Cristo, pues Alejandro sostenía una co-sustancialidad entre Dios y su hijo, mientras que Arrio profesaba que Cristo era la primera criatura creada por Dios, pero no era él mismo. Fue precisamente en este concilio en el cual se definió el dogma de la divinidad del Hijo, con la consecuente declaración de herejía para Arrio. Al final de dicha resolución, el emperador Constantino I exhorta a los obispos a trabajar por el mantenimiento de la paz, consiguiendo de esta manera lo esperado por parte del emperador, pues política y religión comienzan a vincularse más estrechamente.
Tras la muerte de Constantino I en 337, el imperio pasó a manos de una serie de emperadores que no logran conciliar los dos aspectos que dicho emperador buscó, es hasta el año 380 bajo el mandato de Teodosio I cuando se declara al catolicismo como la religión oficial del Imperio, esto se da con la publicación del Edicto de Tesalónica, el cual decía: “Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía”. Dando así comienzo a una era en que política y religión serían una misma cosa.
Posteriormente, el emperador León I es quien recibe por vez primera la corona de manos del Patriarca de Constantinopla (obispo de Constantinopla que tras el Segundo Concilio Ecuménico se le nombra Patriarca) en el año 457. Sin embargo, es hasta el año 750 cuando el papa Zacarías llega a un acuerdo con Pipino para destituir a Childerico III, último rey franco (actualmente lo que es el territorio de Francia, Bélgica, una parte de Alemania y de Suiza) de la dinastía Meronvingia. Pipino III fragua la destitución de Childerico III junto al Papa y pacta el apoyo en contra de los Lombardos, pueblo no cristiano. Así, Pipino III es ungido rey franco en el año 751 por el Obispo Bonifacio, y tras la lucha contra los Lombardos le otorga las tierras conquistadas al Papa Esteban II en 756 con el Tratado de Quierzy, de esta manera se da comienzo a los denominados Estados Pontificios y la cada vez mayor injerencia de los Papas en asuntos políticos, no solamente externos, sino también teniendo autoridad civil sobre una gran cantidad de territorios, es decir, le otorgaba al Papa en turno una monarquía temporal.
El último de los Meronvingios. Evariste-Vital Luminais.
Religiosos cortándole el cabello a Childerico III,
este acto mostraba la pérdida de poder y autoridad del hasta entonces rey.
Religiosos cortándole el cabello a Childerico III,
este acto mostraba la pérdida de poder y autoridad del hasta entonces rey.
El cambio que ocurrió en estos momentos fue de suma importancia, pues ahora no solamente había un claro vínculo entre Papa y Rey, sino que verdaderamente el Papa había tenido la capacidad de destituir y nombrar a un nuevo rey por el nombre de la gracia de Dios, es decir, el Papa tenía incluso mayor nivel jerárquico que los reyes y además también tenía –desde estos momentos– Estados a su cargo.
Las voces se alzaron en contra de esta política, y entonces salió a la luz pública el documento intitulado Constitutum domni Constantini imperatoris en el que Constantino I escribe “el Papa, como sucesor de San Pedro, tiene la primacía sobre los cuatro Patriarcas de Antioquía, Alejandría, Constantinopla, y Jerusalén, también sobre todos los Obispos en el mundo. La basílica de Lateran en Roma, construida por Constantino, mandará sobre todas las iglesias como cabecera, igualmente las iglesias de San Pedro y San Pablo serán dotadas de ricas posesiones”, todo ello en agradecimiento por, supuestamente, haberlo bautizado y curado de lepra el Papa Silvestre I.
El documento, afirma que está escrito en 313, aunque la copia más antigua data del siglo IX, y es con él con lo que durante los siguientes siete siglos se ampararon todos los Papas para justificar sus posesiones territoriales (incluyendo Roma) y su fuerza política, pues el documento decía explícitamente “nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a nuestro decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no solamente nuestro palacio, como ya se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y del Occidente”.
Será hasta mediados del siglo XV cuando el renacentista Lorenzo Valla demostraría la falta de autenticidad de este documento bajo el cual la iglesia se había estado amparando. Valla, con su agudo ingenio y soberbio conocimiento del latín, demuestra filológicamente que indudablemente el latín contenido en el documento no pertenecía al siglo IV, sino al siglo VIII ó IX. Su obra De falso credita et emerita Constantini donati no vio la luz hasta 1517, pero tuvo aceptación universal, además dicha donación incluso ya había sido puesta en duda por Nicolás de Cusa tiempo atrás.
Fue hasta 1849 cuando la República Romana destituyó definitivamente al poder temporal del papa, y tras la unificación de Italia, los papas no reinaron sobre territorio alguno, hasta que comenzado el siglo XX, cuando el primer ministro fascista Benito Mussolini pacta junto al Cardenal Pietro Gasperri, en el documento conocido como Tratado de Letrán, otorgar la independencia del Vaticano como estado, de este modo le devuelve el cargo de soberano al Papa, puesto que dentro del tratado se le otorgan las prerrogativas al pontífice de crear un gobierno autónomo, una policía, acuñar sus propias monedas y sellos postales, entre otras cosas.
Además, en dicho tratado se le otorgaba el estatus de iglesia oficial de Italia. Aunque actualmente esto último no está en vigor, es por demás interesante recordar las palabras que pronunció Pio XI al término del acuerdo: “mi pequeño reino es el más grande del mundo”, irónica contradicción con el mismo Jesús que dijo: “mi reino no es de este mundo”.
He aquí, a manera escueta, la historia de una religión, la más grande que ha existido sobre la tierra, y la cual, desde su principio, es un híbrido entre política y religión. Tomando los datos anteriores, ¿cómo pedir actualmente que exista un estado laico? O dicho de otro modo ¿es verdaderamente posible lograr una constitución civil en la cual la política y la religión sean mutuamente excluyentes?
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