jueves, 20 de octubre de 2016

Sonidos y silencios en las sesiones psicoanalíticas


“El silencio es resistencia del discurso y es insistencia del significante” 
Ana María Gómez. La voz, ese instrumento…


Habitualmente se ha tendido a conceptualizar al silencio como un obstáculo para las sesiones psicoanalíticas, enalteciendo el poder de la voz, se ha dado por considerar, al igual que en otros campos, al silencio como algo ajeno y perjudicial. Debido a lo anterior, comenzaré por desarrollar tres ejemplos de diferentes áreas en donde el silencio pasa de ser un elemento negativo, a convertirse en fundamento esencial. Posteriormente, regresaré sobre el tema de la clínica psicoanalítica, para establecer algunas semejanzas con dichos ejemplos y cómo podemos valorar de otra manera a lo que acontece en las sesiones psicoanalíticas, que no es únicamente la voz o las palabras del analizante. Es necesario conceder que algunas de estas ideas, surgieron a partir de la lectura de la psicoanalista Ana María Gómez, de quién sólo me he permitido escribir un epígrafe, aunque le estoy en deuda más que eso, especialmente por despertar mi curiosidad acerca del tema. 


Los cartujos

El primer caso que me interesa desplegar, se ubica en la religión, en la cual comúnmente se considera primordial la voz, uno de los motivos, es debido a que es el instrumento por el cual se ora y se levantan plegarias, súplicas y agradecimientos a dios, por otro lado, porque es a través de ella donde se puede llevar la palabra al otro, es decir, predicar. Aun así, existe una orden de monjes, cuya vida monástica se basa, entre otras cosas, en guardar silencio; los cartujos. Estos religiosos son una orden de monjes contemplativos, que llevan a cabo una vida aislada, carente de lujos y además, con votos de silencio. En el estatuto 4.1 de dicha orden, podemos leer, «nuestra ocupación principal y nuestra vocación es la de dedicarnos al silencio y a la soledad de la celda [...] En ella con frecuencia el alma se une al Verbo de Dios, la esposa al Esposo, la tierra al cielo, lo humano a lo divino». Esta cita, nos revela la importancia del silencio en un plano espiritual y religioso, ya que es justo en él en donde puede realizarse la unión trascendental. 



En el año 2005 se estrenó el documental El gran silencio, del director Philip Groning, el mismo retrata la vida en uno de estos monasterios. Es un filme de una estética impecable, y además aventurado, en tanto son más de dos horas sin un solo diálogo, apegándose al espíritu del propio monasterio, ahí podemos observar que la organización de la vida no se realiza a través de voces, sino de sonidos, como pueden ser las campanadas que marcan la hora de levantarse, de orar o de la liturgia cartujana. Una vida que se organiza a través de la repetición, el ritmo y el silencio. 

Este caso muestra como en un campo religioso, en donde la voz es fundamental, se puede a su vez, organizar una vida en su justo opuesto, el silencio, dando así paso a la unión con lo divino, contemplando directamente ese elemento innombrable. 


La música silenciosa

El segundo caso, es del campo artístico, específicamente musical. John Cage, fue un músico norteamericano, reconocido por su influencia en las vanguardias artísticas del siglo XX. Una de sus piezas más reconocidas la escribió en 1952, y lleva por título 4’33’’, la partitura, indica que el o los músicos, deben guardar silencio durante los tres movimientos de los que se compone la obra, dando un total de 4 minutos y 33 segundos en silencio. 



Si reflexionamos por un instante, podemos interpretar la obra no solo como un desafío al arte tradicional, sino además, como una lección musical primordial. Una de las definiciones clásicas de la palabra música es “arte de combinar sonidos y silencios”, sin embargo, Cage ha optado por presentar una partitura de silencios, entonces ¿cómo podemos decir que el acontecimiento es musical sin haber sonidos?, la respuesta es que la partitura y la ejecución son sólo la base, el sustrato último y fundamental de la música, es decir, el silencio, y la pieza, se compone realmente por los sonidos circundantes a la ejecución del artista. 

En una interpretación que se encuentra en el canal Youtube, podemos escuchar la tos de un espectador, el llanto de un niño, o las hojas de las partituras moviéndose, impregnando así al silencio una huella única e irrepetible en la ejecución, en 4’33’’, no es solamente silencio, sino el silencio siendo preñado por los sonidos que habitualmente se consideran como ajenos a una pieza musical, lo que en otros contextos es ruido, en su caso, se convierte en la pieza misma. El evento musical es único e irrepetible, justamente porque él se compone en la intempestiva realidad del momento, y no de una detallada planeación intelectual.


La razón que calla

El tercer caso que trataré, es concerniente a la filosofía. De hecho, me parece interesante que en más de una ocasión he leído algún argumento que trata con desdén a la propuesta del filósofo Ludwig Wittgenstein, quien en su Tractatus Logico-Philosophicus (1921), establece una serie de principios que me parecen pertinentes retomar, al menos algunos fragmentos:

Casi al final de su tratado escribe:

6.5 Para una respuesta que no se puede
expresar, la pregunta tampoco puede
expresarse.
 No hay enigma.
Si se puede plantear una cuestión,
también se puede responder. 

6.51 (...) la duda sólo puede existir cuando
hay una pregunta; una pregunta, sólo 
cuando hay una respuesta, y ésta
únicamente cuando se puede decir algo

6.54 Mis proposiciones son
esclarecedoras de este modo; que quien
me comprende acaba por reconocer que
carecen de sentido, siempre que el que
comprenda haya salido a través de ellas
fuera de ellas. (Debe., pues, por así
decirlo, tirar la escalera después de haber
subido.)
Debe superar estas proposiciones;
entonces tiene la justa visión del mundo.

7. De lo que no se puede hablar, mejor es
Callarse


Me parece necesario mencionar que el interés principal del filósofo vienés, es el de abordar un tema epistemológico, es decir, intentar esclarecer nuestra capacidad de conocer el mundo a través de las palabras, mejor aún, del lenguaje. Así, considera que hay un límite en nuestra capacidad de significar, por lo tanto, también existe una limitación en nuestro conocimiento. 

Su conclusión radical acerca de preferir callar ante ciertos temas, es debido a que considera mejor el silencio a ser parte de una confusión y un alegato inexplicable, por ello, algunas de las interpretaciones recientes acerca de su Tractatus… es que manifiesta un misticismo, algo similar a lo que los cartujos realizan desde hace siglos. En el apartado 6.52, nos dice “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico”. ¿No es acaso justamente la opción que tomaron los cartujos al aceptar al silencio como la vía misma de conexión divina? 

Si bien, la crítica tradicional a la postura sigilosa de Wittgenstein es que tenemos la obligación de intentar responder a lo que se nos aparece como incontestable, ya que debido a la rebelión ante la pregunta incesante, hemos podido como género humano, construir la ciencia, la filosofía o el arte, medios de acercamiento a una verdad, quizá inalcanzable. Cierto que la opción del filósofo parece cómoda, pero es en realidad osada y a la vez prudente, pues la necedad nunca ha vencido a la verdad, por más voluntad individual que empeñemos, no habrá mejores resultados, si nuestros límites de nuestro mundo están constituidos por las fronteras de nuestro lenguaje. 


¿Y en el psicoanálisis?

Es tiempo de regresar a nuestro interés inicial, ¿qué sucede entonces con los silencios durante las sesiones analíticas?, ¿no es acaso imperioso erradicar dichos silencios para llenarlos de palabras potencialmente interpretables?

La primera forma de entender al silencio en este contexto, es pensarlo como resistencia al análisis. Se juega la baraja teórica de la represión, se piensa que quien calla no quiere saber nada de aquello que lo aqueja. Sin embargo, sin negar dicha afirmación, propongo re-pensar desde otros lugares el papel del silencio, ya que no niego que el silencio pueda ser resistencia, sino que no es únicamente resistencia.

En primer lugar, es necesario aceptar que el silencio es parte fundamental de la sesión analítica, al menos por parte de uno de los dos constituyentes, a saber, el psicoanalista. El silencio por parte del psicoanalista, otorga la posibilidad de emerger al habla del otro, por ello la regla fundamental es “dígalo todo…” pero se complementa con algo que está implícito en el dispositivo: “mientras yo callo y hago silencio”. Así, el lugar sobre el que se escribirá la sesión es justo sobre el silencio del analista, la voz cobra importancia en tanto se imprime sobre un lienzo que podría ser pincel. Por supuesto, el analista no siempre calla, pero cuando habla no dialoga, de ahí que un psicoanálisis no sea una charla, aun cuando sí una charlatanería

Pero, ¿qué sucede cuando el analizante calla? El analista sigue escuchando. Aquí es el viraje que propongo poner especial interés, debido a que cuando se calla no es sólo abandono de voz, sino presencia de silencio. En otras palabras, el analista debe escuchar el silencio, si conceptualizamos al mismo sólo como ausencia de sonido, entonces no es posible escucharlo, sin embargo, lo que sostengo es que hay que escuchar no únicamente al silencio, sino al silencio significante, el silencio no es sólo sostén del habla sino otra forma de hablar. 

Al callar, se dice. El silencio está preñado de voces, en tanto esconde, a su vez revela. Hacerse silenciar es igual a dar lugar al significante mudo. En resumen, no es sólo ausencia de voz, sino decir a través de… 

Ahora bien, si decimos que el silencio es un silencio significante, ¿qué es un significante? El mismo se puede definir como el “elemento material sin sentido que forma un sistema diferencial cerrado” (Evans, 2005), en otras palabras, es aquello que puede ser percibido y potencialmente enlazado a un conjunto para adquirir significado. 

Por tanto, el silencio es significante, en tanto la percepción de los sonidos en una sesión no es la voz del analizante, sino el conjunto que rodea y potencialmente genera sentido (su respiración, carraspear, movimientos, e incluso lo ajeno al consultorio, como puede ser la música de la sala de espera, los ladridos de un perro, o simplemente algunos ruidos exteriores).

Aquí me permito remitirme a una experiencia personal. En diversas ocasiones la música que mantengo en la sala de espera de mi consultorio, se encuentra con un volumen lo suficientemente alto para escucharse dentro del mismo. Un paciente durante una sesión en donde hablaba airadamente sobre su relación familiar asfixiante, calla repentinamente durante varios segundos y después dice “esa canción me gusta, hace mucho que no la escuchaba…”, una primera interpretación es que la música funcionó como elemento defensivo, el discurso se desvía, su (dis)curso es otro para no abordar el tema espinoso al cual se acercaba. Aunque también aquí hay una segunda opción, continuar la regla fundamental, y en vez de señalarlo como resistencia, esperar la libre asociación y dejarse sorprender del destino al que nos puede llevar, apostar a convertir a la resistencia en conductor. Lo mismo valdría para sonidos tanto ajenos como internos al consultorio: el celular, las voces del exterior, la lluvia, etc. 


En conclusión

Retomando lo dicho hasta aquí, y haciendo una analogía quizá ilegítima con los tres primeros casos, sostengo que el silencio no es únicamente la huida de un significante, sino la obstinación a perderse en el Otro, al igual que en la religión, en donde el nombre de Dios es impronunciable, o al menos no pasa por la voz en vano, en análisis, la enunciación tampoco lo es, si lo fuere, el silencio hace presa en la búsqueda de la unificación con el Otro, el único silencio definitivo es el del paciente que no vuelve más. Por tanto, si algo se calla, algo se dice, y es necesario arrancar de esa unión mística y mostrar la fragilidad del lazo, y en última instancia, la castración del Otro.

La sesión psicoanalítica se constituye también de silencios, y al igual que en la pieza 4’33’’, siempre está acompañada de sonidos irrepetibles, pero a su vez, necesarios, es pertinente entender cada sesión como única, no sólo en sus voces, sino también en lo que se calla.

Además, comprendamos que si se habla, es porque se puede decir algo, toda pregunta tiene respuesta, al menos psíquicamente, pues puede articularse y concatenarse a un sistema significante. Si se percibe como incontestable, es por ello que se prefiere callar. En otras palabras, siguiendo a Wittgenstein, “si se puede plantear una cuestión, también se puede responder”, si el analizante calla, hay enigma, pero si el silencio cobra sentido, habrá respuesta. 


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*Este escrito está basado en los apuntes realizados para la conferencia "Sonidos y silencios en el análisis", que impartí para la Universidad Metropolitana de Monterrey, dentro de las Jornadas Psicológicas 2016.

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REFERENCIAS

Evans, D.  (2007) Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Paidós. 

Gómez, A. (2009). La voz, ese instrumento. Gedisa. 

Wittgenstein, L. (1999)Tractatus logico-philosophicus. Alianza, 

jueves, 21 de abril de 2016

Kierkegaard: angustia y desesperación en el existencialismo cristiano*




Hijo, amante y escritor

Sören Kierkegaard (1813 - 1855), fue un filósofo danés nacido en Copenhague. Su padre, Michael Pedersen Kierkegaard, a temprana edad comenzó a crear una pequeña fortuna en el mundo textil. La primera esposa de su padre murió en 1796 sin haberle dejado un sólo descendiente. Un año después, Pedersen contrajo matrimonio con Ana Sörensdater Lund, quien era su criada y además una pariente lejana. Ana le dio siete hijos, el último de ellos fue Sören Kierkegaard. Cuando nació, su padre tenía 56 y su madre 44 años, a esta situación atribuyó posteriormente su debilidad física, así como su carácter melancólico, que lo aquejó durante toda su vida, llevándolo incluso a intentar suicidarse en 1836.

Sören fue bautizado en la Iglesia Luterana al mes de nacido y a los quince años, tuvo su confirmación. Su educación religiosa en el hogar, la recibió de su padre, que tenía afinidad con los hermanos moravos, cuya doctrina ponía especial énfasis en el sufrimiento de Cristo crucificado, hecho que lo impactó de tal manera que se sintió presa de angustia frente al cristianismo y de una impresión de temor y temblor, años después, reprochó a su padre haberle adoctrinado en un cristianismo cruel. 

De joven, la relación con su padre, no fue la mejor, de hecho rompió toda comunicación con él, al punto en que solamente los unía el dinero que le proporcionaba su progenitor para vivir sin problema alguno. Su padre falleció el 8 de agosto de 1838, no sin antes haberse reconciliado con Sören, sin embargo, esta muerte dejó la idea muy marcada de una cierta maldición que se cernía en la familia, ya que unos años antes había muerto la madre y cinco de sus seis hermanos, consideró incluso que esto era debido a la relación incestuosa entre sus padres. La fortuna heredada, permitió a Sören vivir tranquilamente y dedicarse el resto de su vida a la escritura. 

En cuanto a su vida amorosa, en 1837 y teniendo él veinticuatro años de edad, conoció a Regina Olsen, el gran amor de su vida, pero en aquél entonces ella tan sólo tenía quince años. Desde ese momento, Sören comenzó el arduo trabajo de seductor, que lo llevó a prometerse en 1840. Fue entonces cuando tuvo la sensación de comprender el error que estaba cometiendo, consideró que realmente su relación nunca lo conduciría realmente al matrimonio, además creía que su fealdad física (era extremadamente delgado, sus piernas eran desiguales y además tenía una leve joroba), su vejez frente a la joven y su carácter melancólico, eran insalvables para concretizar la relación plenamente, por lo que decidió disolver el compromiso en 1841, a pesar de la oposición de Regina. Este suceso, es crucial para comprender, en parte, la propuesta filosófica de Kierkegaard. 

Por otro lado, su vida académica, se caracterizó por la excelencia, a los diecisiete años recibió el diploma de madurez como alumno destacado, en 1840 se licencia en Teología (deseo ferviente de su padre) y en 1841 obtiene el grado de maestría en Filosofía con su tesis Sobre el concepto de la Ironía. En ese mismo año, asiste a la cátedra de Schelling, es en esa época, que escribe en su Diario con respecto a su amada Regina, a quien atribuye haberle enseñado a ser poeta y escritor, porque liberó su vehemente sentimiento de actividad estética. 

La parte final de su vida, la dedicó a los escritos propiamente religiosos, siendo especialmente crítico con la cristiandad organizada y establecida por la Iglesia protestante, se lamenta que después de tantos siglos no haya auténticos cristianos. Sus últimos escritos le valieron una fuerte polémica pública, que al parecer terminó por llevarse sus escasas fuerzas, contrayendo en ese entonces una parálisis de piernas y cayendo al suelo en plena calle. Murió el 11 de noviembre de 1855, a los cuarenta y tres años. 




El filósofo y su obra 

Hablando propiamente sus obras, una característica fundamental es la creación de seudónimos (entre los que se cuentan al menos nueve), para sus diferentes escritos, aunque al parecer, en Copenhague era bien sabido el autor quién se ocultaba tras ellos. Este estilo de escritura lo denominó "comunicación indirecta", por medio del cual hace hablar personajes ficticios sus más recónditos sentimientos y reflexiones, sin identificarse plenamente con ellos, tal es el caso de las primeras obras de su etapa estética, en donde Kierkegaard dedica a Regina las cavilaciones de sus personajes, comunicando de esta forma a su amada, sus propias ideas. Hay un segundo período como escritor del que se extrae su etapa ética, una escritura propiamente filosófica, y por último la etapa de la cristiandad, que representa los escritos netamente cristianos.

El pensamiento filosófico de Kierkegaard, es difícil de enclaustrar en un sistema, debido a que propiamente es un feroz opositor a los mismos, quizá ello explica su mordaz estilo bajo seudónimos que podrían incluso contradecirse si se sintetizaran en uno. 




Breve exposición sobre el existencialismo cristiano

Habitualmente se ha considerado a Kierkegaard como el precursor del existencialismo, a continuación, expondré algunos puntos en los cuales, converge y adelanta algunos aspectos del existencialismo de Heidegger, Jaspers o Sartre, entre otros. 

Comencemos por establecer que Kierkegaard se basa en una oposición radical entre pensamiento y existencia, "la existencia es justamente separación, porque aleja el pensamiento del ser, el sujeto del objeto" (Urdanoz, 2006; 437). Recordemos que etimológicamente existir proviene del prefijo "ex-" cuyo significado es "hacia afuera" y "-sistere", que significa "estar de pie, tomar posición", por lo tanto, existir es "tomar posición afuera de-", es el ser en el estado de diseminación en el tiempo y en el espacio. "El pensamiento, no capta más que el ser pensado, es decir, lo posible y lo pasado. La abstracción no podrá apoderarse de la realidad más que transformándola en posibilidad, o sea, suprimiéndola, todo saber sobre la realidad, es traducción de la realidad a la posibilidad" ((Urdánoz, 2006; 438). En otras palabras, conocer la esencia de la existencia humana, es suponer capacidad cognoscitiva sobre el mundo óntico, algo imposible, por tanto, de aquí se podría deducir la conocida sentencia sartriana "el ser humano es el único ser que la existencia precede a la esencia" (Sartre, 2007), en tanto no se puede pensar la existencia, sino solamente se existe, se está arrojado en el mundo, y a partir de allí, el hombre es posibilidad de ser. Tanto para Kierkegaard como para Sartre, querer captar la realidad desde la lógica, es resolverla en mera posibilidad. 

La existencia concreta no puede ser capturada en conceptos, pues el concepto de existencia es una simple existencia pensada, una representación cognoscitiva del ente. Todo ello lleva a Kierkegaard a exigir retomar al sujeto como centro de reflexión, reconocer la independencia del individuo, de los hombres concretos. La historia, nos dice Kierkegaard, no es una determinación del espíritu absoluto, sino un proceso del imperio de las voluntades libres. 

El pensar del hombre, según Kierkegaard, es un pensamiento subjetivo, de hecho la verdad es la subjetividad, escribe, incesantemente en Post scriptum definitivo no científico de las migajas filosóficas, el pensar es una reflexión sobre su propia existencia. y cuando se toma conciencia de la misma, produce pasión, por lo tanto, la existencia se padece. Si se quiere, poder sujetar la verdad, es necesario, primero dejarse poseer por ella. Sin embargo, la cobardía a la independencia, la soledad y el aislamiento, la mayoría de los hombres quieren fundirse en la masa, incapaces de ser alguien por sí mismos, confían en ser alguien por su número. "Cada individuo que huye en busca del refugio a la multitud, huye así cobardemente de ser un individuo" (Kierkeggard, 2001). Según nuestro filósofo, "una masa en cuanto tal es siempre una falacia, porque convierte al individuo en un ser por completo impenitente e irresponsable o, al menos, porque debilita el sentido de responsabilidad del hombre individual y lo reduce a un fragmento" (Copleston, 2004). En todo género animal, la especie es cosa más alta que el individuo, tan sólo en el hombre, es lo contrario, tal es la causa del cristianismo, según Kierkegaard.  

En cuanto a los estadios de la existencia que propone Kierkegaard, son similares al propio desarrollo de la obra del autor, el primero es el estético, aquél de quien se entrega al hedonismo y al goce de los sentidos, pero pronto se dará cuenta que obedece a imperativos cambiantes de placer, yendo sin cesar hacia nuevos deseos, por tanto, es una vida de aparente unidad, siendo en verdad dispersión. el hombre estético se decepcionará de tal forma de vida, reconociendo entonces el tedio y aburrimiento, es el momento en que el hedonista cae en la desesperación. De esta época, podemos rescatar El Diario de un seductor

Víctima de la desesperación sin haberla nunca escogido, el esteta, se verá obligado a dar un salto cualitativo en el estadio que conforma si vida, accederá entonces al estadio ético. Entonces será el hombre ético verá en su conducta y fin último de su actividad la obediencia del deber, lo concreto poco importa en este nivel, no es tanto hacer tantas cosas como sean posibles, sino haber experimentado la intensidad del deber, de la obediencia al absoluto que deviene personal y propio de cada uno. No obstante, el hombre ético cae en el mundo óntico de lo general, se disuelve su subjetividad en favor de lo que todo el mundo hace o al menos puede hacer, haciendo así que se pierda nuevamente en la masa, haciéndose impersonal. El estadio ético termino, cuando el hombre, sumido nuevamente en la desesperación y angustia de no ser individuo, se arrepiente y da un salto voluntario y libre al estadio religioso, de aquí, se deriva su texto de 1843, La alternativa

Nuevamente, podemos entender este estadio retomando la propia vida del filósofo, en La repetición (1843), hace alusión a Regina, a quien creyó amar, cuando en realidad logró comprender que en ella amaba algo superior, el ideal, es decir, a Dios. La repetición, es decir, lo general (de lo que se viene huyendo), lo aconsejaba seguir la costumbre, desposándola, hubiera sido perderse en la decisión de la masa. Este estadio es caracterizado por una fuerte creencia religiosa, pues la fe es lo que conduce al individuo aislado más allá de los límites de la voluntad general. 

La angustia y desesperación, conceptos popularizados ampliamente de la obra de Kierkegaard, sin embargo, están estrechamente ligados a su pensamiento cristiano, y especialmente a su noción de pecado. El individuo, nos dice, no se realiza, sino en y con el pecado. 

En su noción de angustia, es importante señalar que no es similar al miedo, ya que el miedo nace de algo concreto, pero la angustia es de nada, "la nada engendra la angustia", una frase que bien podría adjudicarse a Heidegger, siendo en verdad de Kierkegaard. La angustia, por lo tanto, no es una un temor a algo exterior, sino que proviene del hombre mismo, es el hombre la fuente de la propia angustia, no obstante, es precisamente esta angustia la posibilidad de la libertad, por otro lado, lo demoníaco es la no-libertad, que se manifiesta como ensimismamiento, aburrimiento, tensión e histerismo, lo demoníaco consiste en oponerse a lo eterno. De aquí se deriva que la angustia junto con la fe son realmente los medios de salvación. 

Por último la desesperación, otro concepto kierkegaardiano, tiende a confundirse fácilmente con la angustia. En su obra La enfermedad mortal o de la desesperación y el pecado, nos habla nuevamente que ésta tiene un significado existencial, a primera vista se desespera de algo, pero esto no es todavía auténtica desesperación, el comienzo de la verdadera enfermedad es cuando se desespera de sí mismo, "mientras el hombre desesperaba de algo, lo que propiamente hacía no era otra cosa que desesperarse de sí mismo, y lo que ahora quiere es deshacerse de sí mismo" (Kierkegaard, 2008), tesis casi idéntica a la planteada por Sartre en La náusea (1938). Y es que desde la angustia se puede girar hacia la fe o hacia la desesperación.

La paradoja, presente por otra parte a lo largo de la obra de Kierkegaard, se resumen cabalmente en su concepto de desesperación, puesto que es precisamente querer desesperadamente ser sí mismo (individuo, subjetividad) y a la vez, no querer ser sí mismo. La desesperación es una rebeldía contra lo eterno en el hombre como un "querer desligar su yo del poder de lo fundamental". En última instancia, el pensamiento de Kierkegaard, ha influido enormemente en filósofos del siglo XX, de la talla de Heidegger en Alemania, Unamuno en España y Sartre en Francia. 
REFERENCIAS

Copleston, F. (2004) Historia de la filosofía VII. Barcelona. Editorial Ariel.
Kierkeggard, S. (2001) Mi punto de vista. Madrid. Ed. Aguilar. 
Kierkeggard, S. (2008) LA enfermdad mortal. Madrid. Trotta.
Sartre, J. P. (2007) El existencialismo es un humanismo. México. Ed. Edhasa.
Sartre, J. P.  (2003) La náusea. México. Losada
Urdánoz, T. (2006) Historia de la filosofía VI. Madrid. Ed. BAC

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*Artículo publicado originalmente en la Revista SuiGeneris, en el número 36, año 2016.


martes, 12 de enero de 2016

Sobre el cambio psicológico perpetuo



Somos el tiempo. Somos la famosa 
parábola de Heráclito el Oscuro. 
Somos el agua, no el diamante duro, 
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego 
que se mira en el río. Su reflejo 
cambia en el agua del cambiante espejo, 
en el cristal que cambia como el fuego.
J. L. Borges

La labor del psicólogo clínico, está sujeta básicamente a una demanda: producir un cambio en el paciente, y específicamente, reducir su malestar o incluso eliminarlo. En ocasiones, he escuchado algunos colegas que dicen encontrarse en un momento difícil con la terapia de alguno de sus pacientes, en tanto consideran no estar avanzando o provocando esos cambios deseados. Más allá de la concepción teórica clínica que tenga cada psicólogo, es importante considerar una antropología filosófica subyacente en cualquier tipo de terapia.

Heráclito, filósofo griego del siglo V a.C., postuló una doctrina del flujo perpetuo, para él, la naturaleza es un constante devenir, el dinamismo está presente y no es posible captar las esencias pues aquello que conocemos, al instante ya no es. Así, podríamos incluso afirmar que no es posible aprender, pues nada es aprehensible.

Su aforismo más conocido, es aquél que sentencia: “no es posible bañarse dos veces en el mismo río”. De ella se deriva, a su vez, que no es sólo porque el agua que pasa por él es otra, sino porque incluso el mismo hombre que va al día siguiente también lo es.

Regresando al tema de las terapias psicológicas, es pertinente atender a detalle lo que puede implicar tomar una antropología basada en Heráclito, de donde podríamos extrapolar y asumir que no es posible tener dos sesiones idénticas, no sólo porque se dan en tiempos distintos, sino incluso porque aquél hombre que llega a terapia ya es otro, el devenir es imparable, el sujeto aquejado que se presenta cada día al consultorio, es otro, a su vez, nosotros también lo somos, y desde allí, maravillarnos en las diferencias y el encuentro con la novedad, los sutiles cambios que en realidad son nuevas existencias. Todo cambia, y a su vez permanece. Deshacerse de certezas y encontrarse con el otro, uno distinto, y no pensar en la imposibilidad del cambio, pues éste se da incluso en contra de nuestra voluntad.

Una queja recurrente que escucho por parte de los familiares de los pacientes, o simplemente de gente común, es que “las personas no cambian”, me parece obvio que todo psicólogo debería estar convencido de la falsedad de esta afirmación, pero yo me aventuro no sólo a negarla, sino a comprobar la mentira que encierra. En verdad, lo que la queja quiere decir es “esta persona sigue sin hacer o pensar lo que yo quiero” o “cambió, pero me sigue sin gustar”, lo cierto que es que mudamos sin cesar, lamentablemente, no para el beneplácito de los semejantes, que quizá no lo sean tanto.

Borges le dedicó dos poemas a Heráclito, me limito a cerrar con un fragmento, que acaso sea distinto al epígrafe que he elegido para iniciar.

Somos el tiempo. Somos la famosa 
parábola de Heráclito el Oscuro. 
Somos el agua, no el diamante duro, 
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego 
que se mira en el río. Su reflejo 
cambia en el agua del cambiante espejo, 
en el cristal que cambia como el fuego.