“La equidad allana nuestras pequeñas diferencias
para restablecer la apariencia de igualdad,
y pretende que nos perdonemos muchas cosas
que no estaríamos obligados a perdonarnos”
Nietzsche, F. El caminante y su sombra. Aforismo 32
Procusto, según la mitología griega, daba hospedaje a los viajeros que transitaban por las colinas del Ática. Les ofrecía recostarse en una cama de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y “ajustaba” a la cama; si eran demasiado altos, les cortaba las extremidades que salían del camastro, si eran muy pequeños, los estiraba hasta que fueran del tamaño del lecho. La artimaña se basaba en que poseía dos camas diferentes, una pequeña y otra grande, por lo que ningún viajero podía quedar exento de la acción correctiva.
La incesante búsqueda de la igualdad, a costa de cualquier precio, la encontramos en nuestra sociedad, un ejemplo son los eufemismos, en donde el lenguaje “políticamente correcto” busca endulzar la realidad. Cada día nos volvemos más incapaces de tolerar las diferencias y mucho menos de nombrarlas. Tal es el caso de la palabra “discapacitado” que se ha buscado a toda costa cambiar por “persona con diversidad funcional”, obviando que hablar de discapacitado indica que se está “privado de algo que naturalmente le corresponde, a él o a su género poseer” (Aristóteles, Metafísica. Libro V, Cap. 22). El término que utiliza Aristóteles es la palabra griega αδυναμία (adynamia) que se vertió al español como incapacidad o impotencia, pero como lo indica puntualmente el traductor Tomás Calvo Martínez, para dicha palabra la traducción no es unívoca y se puede verter de múltiples formas en el español. Consideremos por un momento el significado literal de adynamia (sin movimiento), es decir, aquello que ya no se genera pero tampoco se corrompe, carece ya de capacidad de cambio.
Al igual que en los eufemismos, en donde las palabras buscan “estirarse” hasta que designen con igualdad lo que por sí mismas no contienen, ciertas luchas políticas y sociales también adolecen de la misma visión de igualitarismo procustiano; por ejemplo, la incesante y delirante búsqueda de hacer a las palabras neutras en su género gramatical para no hacer quedar “afuera” a las mujeres, o las leyes hechas expresamente para una minoría argumentando que buscan su protección pero a su vez lo que hacen es ir en contra de la misma visión propia del derecho.
Nos convertimos poco a poco en sujetos que niegan las diferencias, borramos las discrepancias tanto naturales como adquiridas y al grito de “todos somos iguales” otorgamos derechos incluso a los animales, ciertamente tomando de manera seria esta propuesta, terminaríamos en un quietismo absoluto, pues todo es uno y lo mismo.
Allanar los contrastes y las incompatibilidades es tanto como borrar las subjetividades, horror de quienes pugnan por una esencia de ser humano, cuando hasta ahora lo que encontramos son individuos particulares y nunca ideales universales. Observemos que la palabra “ajustar” está emparentada con “justicia”, pues lo que hacía Procusto era precisamente “ajustar”; hacer que algo case y venga justo con otra cosa, pero justicia es lo contrario, es dar a cada uno lo que le corresponde. Diferencia insalvable entre ajustar y hacer justicia, entre igualitarismo y discriminación.