La labor del psicólogo varía en función de diversos factores culturales que, no sólo la influyen, sino la determinan. Si bien la psicología puede considerarse una disciplina clínica (concebida como curativa), ello implica a su vez la posibilidad de una praxis preventiva, normalizando de esta manera al comportamiento y al pensamiento del hombre en un utópico modelo de salud. Así, la función del psicólogo se determina con base en parámetros axiológicos; populares, estadísticos y dinámicos, en tanto dicho modelo, aun ideal, es cultural.
Así mismo, la preparación académica que se brinda al psicólogo, evidencia una visión antropológica sustentada en una esencia del hombre autónomo y feliz, definición que encierra un oxímoron en tanto propone la independencia subjetiva y la felicidad individual, sin tomar en cuenta que la intersubjetividad propia del hombre radica también en un cierto grado de heteronomía, o en otras palabras, la felicidad es para y con otro.
Si se considera la labor clínica del psicólogo, tenemos, pues, una finalidad paliativa e incluso curativa de la psicología, en tanto no sólo busca ayudar a sobrellevar los malestares propios del sujeto psíquico, sino corregir ahí en donde se ha desviado del canon esperado. Por ende, el profesional de la salud mental aparecerá como una prótesis yoica que ayudará a corregir las anomalías del pensamiento, los sentimientos e incluso los deseos de los “enfermos”. A esta labor bien podemos nombrarle como una ortopedia mental, que va desde el conductismo y la psicología del yo, hasta los más vulgares libros de autoayuda. Pero la visión anterior no acabó por juzgar sólo ciertos comportamientos que aquejan al sujeto, sino que incluyó también disfunciones sociales, además de individuales.
De la ortopedia mental, que podemos entenderla como la psicología clínica, surgió un nuevo objetivo, que sobrepasa los intereses de una disciplina paliativa y curativa de los malestares mentales, y que se dirige a constituirse como una disciplina preventiva de lo moralmente indeseado por la cultura, a esto le podemos nombrar el paso de la labor ortopédica yoica a la de la psicología cosmética, entendiendo por esta última a aquella que se centra y concentra en maquillar, disimular, y, en la medida de lo posible, cambiar al sujeto en función no ya del modelo de salud sino del de belleza psíquica, estableciendo un valor estético en relación a la correcta productividad social, pero aunado a una salud mental individual.
Análogamente a la medicina, cuyos inicios se dieron en el estudio de las patologías corporales y no propiamente de la salud, la psicología moderna nació del estudio de la locura, pero al igual que una rama de la medicina pasó a una especialización en la intervención directa con el cuerpo del paciente para transformarlo en un cuerpo adaptado a los valores de belleza contemporáneos (cirugías cosméticas), la psicología también se deslizó desde los umbrales de la curación y la prevención hasta la búsqueda de la transformación del psiquismo del sujeto en función de ideales culturales de belleza mental, naciendo de esta manera el objetivo de la transformación al comportamiento bello, en donde carece de sentido hablar de normalidad, sino que su vertiente teleológica es estética. La diferencia radical con la medicina cosmética, es que ésta busca crear un individuo corporalmente bello aunque no necesariamente sea moralmente mejor, pensemos en una madre que dentro de poco tiempo podrá asistir a una clínica de fertilidad en donde no sólo determinará el sexo de su bebé, sino el color de ojos a través de una manipulación genética, pues si bien los ojos negros no son moralmente inadecuados, sí son estéticamente indeseados. De la misma manera, ahora asistimos a una psicología en que la manipulación está en función de la búsqueda de cambios en la constitución del sujeto en torno a un canon de belleza, pero no sería banal recordar que, en este caso, la belleza del alma es una cirugía plástica de la moral. En otras palabras, la gente no sólo acude al psicólogo porque sufre, sino también porque carece de belleza psíquica.
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*Artículo publicado en el número 21 de la Revista Sui Generis