domingo, 24 de enero de 2010

El determinismo psíquico como posibilidad de libertad


por José Vieyra Rodríguez


Un tiempo atrás comentaba con algunos colegas de filosofía el problema del determinismo psíquico, el cual supone que nuestros pensamientos están determinados por el pasado, proponiendo a su vez que esto afecta a nuestros actos, de lo que se desprende que nuestra voluntad no es tan autónoma como somos dados a creer, pues reaccionamos ante cierta circunstancia con una cantidad limitada de respuestas dadas por nuestra experiencia. Basta exponer estos argumentos someramente para presenciar el salto intempestivo y con miras inquisitoriales de una buena parte de muchos de nuestros amigos intelectuales que defienden la libertad y la voluntad como seres en sí, entidades fácticas e indestructibles que son amenazadas con esta concepción. Sin embargo, me propongo exponer escuetamente los argumentos que demuestran, no solamente el sustento de esta idea, sino la necesidad de pensar conforme a ella para comprender las motivaciones de los actos.

El primer obstáculo nos lo presentan nuestros amigables colegas al mostrarnos la diversidad de las reacciones ante un mismo estímulo psíquico con lo que suponen que esto es suficiente para demostrar que no existe tal determinismo. Por supuesto, al argumentar a favor del determinismo psíquico no nos inclinamos a una universalidad de reacciones en individuos, precisamente el determinismo deja intacto el problema de la individualidad puesto que cada experiencia es recibida subjetivamente. El comienzo del cúmulo de representaciones se da en orden y lugares totalmente diversos, aun cuando se presenten para el observador bajo las mismas características, mientras que para quien vive la experiencia ni el espacio ni el tiempo es el mismo que el que tiene el semejante. Ninguno sujeto puede recibir el mismo mensaje de la misma manera, aun cuando las variables generales parecen las mismas, la experiencia subjetiva que viven cada uno es totalmente diferente, pues será recibida conforme a las experiencias previas que han creado al sujeto, por lo que vemos que precisamente el determinismo psíquico argumenta la imposibilidad de universalización de sujetos y no la creación de sujetos idénticos.

El segundo problema nos lo presentan bajo el temible concepto de libertad. Pues nos dicen nuestros simpáticos amigos que si estamos determinados psíquicamente, verdaderamente no somos libres de elegir, pues nuestra elección no es propia, sino únicamente producto de nuestras experiencias. Podemos reconocerlos a nuestros amigos como adeptos a “la libertad de la voluntad”, quienes también argumentan que con la negación de ella se derrumba la concepción ética del mismo hombre. Pero como veremos, es lógicamente necesario dar por sentado el determinismo psíquico, pues precisamente dicho determinismo está acorde a la ley de causalidad, la cual implica el hecho de que todo acontecimiento está determinado por acontecimientos anteriores, los cuales bajo ciertas circunstancias pueden (teóricamente) ser predichos al conocer suficientes circunstancias, es decir, si extrajéramos de los actos y el psiquismo del hombre la ley de causalidad todos nuestros actos y pensamientos carecerían de sentido real, pues creer en la libertad de elegir una cosa u otra negando el principio de causalidad, sería negar a su vez la consecuencia de dichos actos, si negamos la causalidad (determinación) que nos orilla a realizar ciertos actos y no otros, nos vemos obligados también a negar la consecuencia lógica de dicho acto, pues es irracional negar la ley de causalidad para el pasado pero sostenerla para el futuro.

Por último, y aunado al argumento anterior, nos presentan el problema de la creación y la invención como muestra de la libertad del pensamiento y su contundente albedrío, pero el ejemplo no se sostiene mas que por retórica, pues nadie es capaz de argumentar verdaderamente que existe una creación autónoma a cualquier otra existencia, ya sea real o psíquica, sabemos perfectamente que la invención de un artefacto científico o la creación de una obra de arte, no es más que la aplicación de conocimientos y experiencias previas, que dadas las circunstancias adecuadas, ciertos individuos son capaces de llevar a la práctica.

Así pues, nos vemos obligados a pensar que el determinismo psíquico es el único camino viable para comprender al hombre, tanto en sus motivaciones (lo que lo determina a realizar cierta acción y no otra) como en sus actos (la consecuencia). De todo lo anterior se desprende el corolario que termina por sepultar la idea de la “libertad de la voluntad” pero a su vez la posibilita, y esto es que al aceptar la existencia del determinismo aceptamos también la posibilidad de conocer las causas y efectos, para desde aquí poder tomar la decisión de llevar a cabo dicho acto o no, pues es precisamente por medio del juicio que podemos evaluar la consecuencia y así elegir verdaderamente, pues si conocemos las determinaciones y consecuencias, podemos también pasar a elegir otra opción que esté acorde con nuestro pequeño margen de libertad.

martes, 5 de enero de 2010


Del concepto hombre/mujer y el intento de identidad sexual



por José Vieyra Rodríguez


Intentar llegar a una definición de lo que es ser hombre o mujer implica bastas proezas, desde sortear las más impensables barreras políticas, ideológicas e incluso filosóficas del lenguaje, para después poder articular coherentemente niveles psicológicos, anatómicos y culturales sobre la concepción de dichas entidades.


Para comenzar podemos volver a poner a discusión el problema lingüístico que dicha definición nos presenta. Lo principal es el erróneo entender de la palabra hombre como referente únicamente al sexo, cuando sabemos que precisamente hombre (lat. homo-hominis) deriva de la raíz indoeuropea humus que significa tierra o suelo, es decir, lo hombres son los nacidos en la tierra. El problema, por supuesto, se encuentra más allá de la etimología, por lo que aclaremos que la palabra hombre tiene una larga tradición para designar al género y no al sexo (Cfr. Aristóteles, Metafísica. Libro V. Cap. XXVIII). Por lo cual al hablar de hombre se entiende que se habla del género humano, incluidos varones y mujeres, en donde el sexo es un accidente específico.

Aquí nos encontramos con el siguiente obstáculo que lo alzan inmediatamente las voces de los sociólogos y otros estudiosos para argüir la problemática discriminación a las mujeres presente en el lenguaje, además de proponer una nueva definición a la palabra género, la cual apenas es incluida en la década de los setenta gracias al vocablo inglés gender que se introdujo para explicar a las pautas de comportamiento de hombres o mujeres en cierto lugar y en un tiempo determinado.

Por lo que antes de avanzar señalemos los tres registros diversos con los que es confundida la palabra género: por un lado tenemos al género gramatical, por el otro al género de las ciencias sociales y por último al género propuesto por la lógica aristotélica.

En cuanto al género gramatical podemos rápidamente apuntar que no es el mismo que el que se entiende en las ciencias sociales, mientras que el lenguaje es necesariamente sectario (género gramatical masculino o femenino) los comportamientos derivados de la diferencia sexual no debieran serlo (para un análisis más detallado remitirse a Gramática y discriminación en la perspectiva de género).

En cuanto a la otra definición de género que es la derivada de la lógica aristotélica, se entiende al género como la parte de la esencia que es común a varias especies. Por lo cual hablar de hombre (género) no es hablar de los comportamientos de los varones en cierta cultura, sino del ser humano. Este lenguaje es el común en filósofos y lógicos.

Concluimos que la persecución lingüística en que vivimos y la incontrolable tendencia de lo políticamente correcto, nos llevan a fusionar los tres niveles antes descritos, pensando erróneamente que hombre designa al sexo y al comportamiento, pero no al ser humano como género, cuando es totalmente lo contrario.

Así, si queremos avanzar tenemos que repensar el problema, pues en la actualidad para llegar a una definición de hombre o mujer tenemos que hacer coincidir ahora a todos los niveles antes descritos y además de otros aun no enunciados.

El siguiente paso es preguntarnos cómo se obtiene una identidad sexual que no sea únicamente a partir del cuerpo biológico, pues si bien el sexo es corporal, nuestra identidad no necesariamente coincide con él, pero deberá hacerlo con el concepto de hombre/mujer.

Comentemos rápidamente que se piensa que la identidad tiene al menos que coincidir con tres niveles: el nombre, la imagen y el sexo.

Por un lado se nos presenta como necesario que nos apropiemos de un nombre con el cual sentirnos identificados y convocados, es la imagen acústica –siguiendo la nomenclatura de Saussure– que nos designa y a la cual cederemos nuestro ser. Por otro lado, debemos identificarnos con una imagen corporal que nos muestre qué es lo que somos, no solamente cómo llamarnos, sino cómo mirarnos, una imagen corporal que nos engañe y nos de una completud yoica, Lacan designa a este momento de apropiación como “estadio del espejo”.

Además de las dos apropiaciones anteriores, y por último, debemos asumir una identidad sexual, esta última es la más complicada, pues dicha identidad sexual deberá coincidir con las antedichas y además colmar vehementemente las más grandes exigencias culturales.

La identidad sexual debe coincidir con un nombre y una imagen moldeada culturalmente, además de un cuerpo dotado de un sexo el cual nos muestra biológicamente a qué lugar de la dicotomía macho-hembra pertenecemos. He aquí donde se introducen las cargas políticas y científicas actuales, además de las mencionadas con anterioridad.

La noción de hombre o mujer está cargada de las más grandes concepciones cientificistas que basadas en estudios biológicos nos determinan. Así la definición de hombre/mujer nos es descrita desde el sexo anatómico hasta llegar a intrincadas explicaciones de hormonas, cromosomas, mapas genéticos o actividad cerebral, para poder por fin capturar definitivamente dicha definición, pero deja de lado el problema de la identificación subjetiva con esta noción.

Por lo que al final del camino, nos encontramos que todo hombre o mujer, debe responder a las expectativas del lenguaje, el nombre esperado, la imagen, el sexo, el comportamiento, las preferencias sexuales y demás imposiciones culturales. El gran problema es que nadie, por más que se esfuerce, logra colmar dichas expectativas. Constantemente resbalan de nuestro poderío manifestaciones que contrarían nuestra propia identidad, un lapsus en el lenguaje, un sueño por la noche, una fantasía durante el día, un desliz que no se reconocerá, un sinfín de manifestaciones que mostrarán lo endeble de la noción de identidad, y que no obstante, se rechazarán como impropias, ajenas y lejanas.

Este problema nos es mostrado una vez más al abordar el costado legal de varones y mujeres, independientemente de su preferencia sexual. Hace unos días en el Distrito Federal el matrimonio entre parejas del mismo sexo ha sido legalizado, así como la adopción de niños para estas parejas. Las voces no se han dejado de escuchar, se argumenta desde la religión, la biología, la psicología, la sociología y demás ramas del saber, sin poder llegar a un acuerdo, sin siquiera darse cuenta que sus discursos están llenos de exigencias y mandatos para dirigir a la identidad sexual, quizá también son una súplica para no perder la suya propia, esa que tan difícilmente han mantenido, pues al mostrarse la igualdad legal con los diferentes, arrojan una pregunta de la cual nada queremos saber, nos interroga sobre nuestra propia identidad sexual, incómoda cuestión que supuestamente habíamos resuelto.